Artículo

«El análisis de las relaciones entre familia patriarcal y capitalismo de la izquierda feminista es insuficiente»

La socióloga francesa Daniele Leger entrevista a Christine Delphy sobre capitalismo, patriarcado y la lucha de las mujeres.

Daniele Leger 13 febrero 2023

«El análisis de las relaciones entre familia patriarcal y capitalismo de la izquierda feminista es insuficiente»

Christine Delphy: En cuanto al tema de las mujeres, la extrema izquierda y la izquierda revisionista tienen desgraciadamente posiciones muy parecidas con pequeñas variantes. La extrema izquierda rechaza las tesis revisionistas en todos los campos, pero en este caso concreto solo se separa de ellas por una diferencia de intensidad. Las organizaciones de extrema izquierda se han resignado a prestar atención al problema presionadas por el empuje de los movimientos autónomos de mujeres. Han avanzado pero bajo presión, por la fuerza y a trompicones. Una tiene la impresión de que intentan limitar los desgastes vinculando con todo su empeño la lucha de las mujeres a la lucha anticapitalista. Los análisis que ofrecen son totalmente deficientes y su única finalidad es encauzar a las mujeres hacia la lucha capitalista, como ya hacían cuando no tenían en cuenta la explotación específica de las mujeres. Antes no existía el problema de las mujeres. Estas eran «proletarios como todos los demás» y luchaban contra el capital. Ahora se reconoce que existe una explotación específica, pero como esta también se imputa al capital, el resultado es el mismo.

Las organizaciones revolucionarias se sitúan en una posición defensiva frente al movimiento de mujeres. Solo avanzan porque se ven obligadas a hacerlo. Y los argumentos sobre la construcción de «un movimiento autónomo de mujeres» que de ellas emanan resultan bastante ridículos y doblemente paradójicos. En efecto, para empezar ese movimiento existe; ¿a qué viene pues este deseo de «crearlo»? En segundo lugar, las militantes de las organizaciones que los plantean son doblemente no autónomas: no son autónomas con respecto a sus organizaciones y van a remolque de los movimientos feministas tanto desde el punto de vista de las reivindicaciones como por lo que respecta a los análisis. Tienen posiciones reformistas.

Daniele Leger: ¿Podrías precisar un poco más tus críticas y exponer tu postura respecto a los análisis sobre el trabajo doméstico y sobre la sumisión formal del trabajo doméstico al capital, publicados en nuestra revista?

El análisis de las relaciones entre familia patriarcal y capitalismo que frecuentemente plantean los sectores izquierdistas del movimiento de mujeres y los sectores de mujeres de las organizaciones de izquierda es insuficiente porque se basa en una confusión entre lo que es un sistema económico concreto y lo que es un modo de producción. Un modo de producción es un modelo abstracto que yo definiría como un conjunto de relaciones de producción, más concretamente como dos relaciones de producción complementarias y antagónicas. La relación de producción es la relación con la propia subsistencia. Cómo se gana cada cual los garbanzos, dicho en lenguaje cotidiano. El sistema concreto, el sistema en el que vivimos, es heterogéneo. Los elementos que lo componen son compatibles a un cierto nivel y la prueba de ello es que coexisten. Pero es un razonamiento circular designar como «capitalista» todo elemento de este sistema bajo el pretexto de que en el análisis de este sistema se privilegia el estudio de la economía, la cual se caracteriza como capitalista. Me parece un poco demasiado fácil decir simplemente de las relaciones entre la familia y el capitalismo: «Bueno, la familia ya existía antes del capitalismo pero el capitalismo la ha reaprovechado, etc., etc.».

[book-strip index="1"]

La relación que yo establezco entre capitalismo y explotación doméstica no consiste únicamente en reconocer unas formas precapitalistas de organización de la producción compatibles hasta cierto punto con el capitalismo. Sugiero que el capitalismo mantiene deliberadamente estas formas de organización patriarcal del trabajo doméstico (y en consecuencia transforma su naturaleza) en la estricta medida en que estas le permiten asegurar una movilización extraordinariamente eficaz de la fuerza de trabajo de las mujeres y realizar una plusvalía absoluta en el momento de comprar la fuerza de trabajo en el mercado (puesto que las mujeres producen y reproducen gratuitamente esta fuerza de trabajo).

Reconoces que la familia existía antes, pero dices que «ahora el capitalismo se aprovecha de ella». Para demostrarlo sería preciso identificar las funciones de la familia precapitalista, demostrar que estas funciones ya no existen y, en tercer lugar, demostrar que el capitalismo se aprovecha de todo lo que hace la familia. Ninguna de estas tres condiciones se cumple. La familia no funciona únicamente al servicio del capitalismo. Continúa cumpliendo funciones que no son útiles para el capitalismo.

¿Cuáles por ejemplo? Yo opino, por el contrario, que las funciones de la familia capitalista se conservan y al mismo tiempo se disuelven en el seno del capitalismo y dentro de los límites que marcan las necesidades del capitalismo.

Retomemos un punto más concreto: la cuestión del control capitalista sobre la circulación de la fuerza de trabajo. Tu argumentación, la de Lautier, las de Seccombe o de Gardiner, plantean el modo de producción capitalista como un modo de producción dominante al que estarían subordinados los demás modos de producción. Por mi parte, quisiera que se citaran indicadores reales de esta sumisión. Por otra parte, es una contradicción hablar de un modo de producción dominante o de la subordinación de los demás modos de producción a aquél cuando no se admite la existencia de otros modos.

Pero nadie ha dicho nunca que la dominación del capitalismo suponga la desaparición ipso facto de todas las formas precapitalistas de organización de la producción. Al contrario, se puede demostrar que algunas de estas formas no son meros «residuos» de una época ya superada, formas residuales destinadas a desaparecer a más o menos largo plazo, sino que a la estrategia del capital le puede interesar mantener esas formas para ejercer un control más eficaz y menos costoso sobre determinados sectores de la producción. Se ha demostrado que así sucede en el caso de la pequeña producción agrícola destinada al mercado. Pero esas formas precapitalistas de organización de la producción no gozan de ninguna autonomía en relación al capitalismo que las conserva con carácter condicional. Es lo que podríamos denominar un proceso de conservación/disolución y el trabajo doméstico entra plenamente en este caso.

Es preciso diferenciar dos cosas: la dominación de un modo de producción en relación a otro y la existencia de una pirámide de explotadores dentro del sistema concreto. Decir que «el modo de producción capitalista es dominante» me parece que entra dentro del terreno del postulado, del dogma. Si decimos que dentro del sistema concreto, en cuyo ámbito ocurre todo, existe una explotación económica a nivel de cada modo de producción, pero además existen unos superbeneficiarios, concretamente la clase capitalista internacional, entonces sí, ¡de acuerdo!

El modo de producción doméstico, como modelo, como conjunto de relaciones de producción, existía con anterioridad al modo de producción capitalista. Es algo distinto, no existe ningún vínculo teórico entre ambos. Pero obviamente están unidos por vínculos concretos.

Si existen unos vínculos concretos, es preciso poder explicarlos teóricamente en un momento u otro. Eso es lo importante para la construcción del movimiento de mujeres.

Yo personalmente analizo la situación de las mujeres considerando que se trata de una situación común, una situación de clase. Me refiero a las mujeres casadas, es decir a una clase social, no una clase biológica. Esta clase puede incluir perfectamente ciertos hombres biológicos: los menores de edad, los viejos, los niños pertenecen a la misma clase. Las mujeres, los viejos, los niños, etc., constituyen una clase porque tienen la misma relación de producción, es decir la misma forma de ganarse la vida. Creo que esta conclusión es inevitable si no se retuerce, si no se deforma el sentido del concepto «relación de producción».

¿A qué te refieres cuando dices en tu artículo que «el movimiento de mujeres debe prepararse para la lucha revolucionaria»?

Lucha revolucionaria, en ese contexto, es ante todo lo contrario de adaptación o del reformismo. Existe la costumbre de interpretar la palabra «revolucionaria» en el sentido «lucha de clases». Ahora bien, ser revolucionaria, en cualquier plano, es ser extremista en relación al objetivo que se persigue. Creo que esto quedaba muy claro en mi texto: lucha revolucionaria significaba allí lucha encaminada a destruir completa y absolutamente el patriarcado. Lo cual no significa que sepamos cómo hacerlo, ni qué se necesita para destruirlo. Descubrirlo es parte integrante de la lucha.

¿Y esta lucha «revolucionaria», en el sentido en que tú utilizas ese término, se articula de algún modo con la lucha anticapitalista, según tu perspectiva? Este es el quid de la cuestión.

¿Por qué dices que éste es el quid de la cuestión?

Porque considero que la lucha anticapitalista es lo prioritario, incluso desde la perspectiva de una transformación de la situación de las mujeres y teniendo en cuenta precisamente las relaciones que es posible establecer entre la explotación doméstica de las mujeres y el capitalismo desde la perspectiva del control que ejerce el capital sobre las condiciones de producción y de reproducción de la fuerza de trabajo.

En estas circunstancias no hay problema, no es necesaria ninguna articulación. Si el concepto de capitalismo es tan amplio que también engloba la explotación familiar, ¡muy bien!, ¡al luchar por su liberación, las mujeres atacarán infaliblemente al capitalismo, aún sin proponérselo!

Las cosas no son tan sencillas. La rebelión de las mujeres –incluidas las mujeres de la burguesía– contra la opresión específica que padecen en la sociedad en tanto que mujeres abre una brecha en la coherencia de la ideología dominante. No se convierte de inmediato, ni siquiera a espaldas de las interesadas, en una lucha contra las funciones que el capitalismo asigna a la familia (y a las mujeres dentro de esta). Solo pueden plantear conscientemente esta lucha aquellas mujeres mejor situadas para hacerla suya, o sea las mujeres que son víctimas de la explotación doméstica. Falta saber entonces si todas las mujeres casadas se encuentran en la misma situación en lo tocante al trabajo doméstico, en particular si la clase de su marido es indiferente en este sentido.

La clase del marido influye en el nivel de vida de las mujeres, en su situación social. Pero lo que es evidente es que las mujeres no pertenecen a la clase de su marido. Un 40 % de las mujeres, las mujeres llamadas activas (la inmensa mayoría de las cuales son proletarias) tienen una posición de clase dentro del modo de producción capitalista. Pero siempre se confunde el hecho de pertenecer a una clase en sentido estricto, es decir de compartir una misma relación de producción con otras personas, y la clase en el sentido de «medio social». Cuando se dice que la mujer pertenece a la clase del marido, en general se está diciendo que pertenece al mismo medio que su marido, que se relaciona aproximadamente con las mismas personas, que tiene más o menos el mismo nivel de vida. Por tanto «se» plantea (esto es, la izquierda plantea) el problema en términos de nivel de vida, de consumo, cuando el problema es el de la producción: relaciones de.

Yo sería la última en negar que existen diferencias entre las mujeres: diferencias de cultura, diferencias en su posición propia dentro del sistema capitalista y diferencias en su nivel de vida. Pero es preciso mantener separadas las tres cosas: las diferencias culturales se deben con frecuencia a su origen de clase, a la clase del padre. El nivel de vida, a su vez, depende mucho más de la situación de clase del marido. Finalmente, si efectivamente trabajan, tienen también una posición de clase propia dentro de las relaciones capitalistas.

Pero hablemos del nivel de vida o de los medios sociales: estas diferencias no son fundamentales para el estatus de las mujeres. Lejos de enfrentar a las mujeres entre sí, estas obedecen a una sola y única causa: son resultado del hecho del matrimonio. Hay diferencias que son idénticas a las que existen entre los hombres, diferencias capitalistas como la que separa a una mujer que es mecanógrafa de una mujer que es profesora. Pero decir que existen diferencias, e incluso divergencias, entre las mujeres porque estas se hallan distribuidas en medios sociales distintos en razón de la clase de su marido, es postular absolutamente lo contrario de lo que ocurre en realidad. Porque las diferencias entre ellas son consecuencia de su suerte común. La base misma de esas diferencias es una comunidad de destino que es el matrimonio y el matrimonio es precisamente el que distribuye a las mujeres entre hombres distintos y por tanto en medios sociales distintos.

Ahora bien, al explicar las relaciones entre capitalismo y patriarcado en virtud del control capitalista sobre la circulación de la fuerza de trabajo solo se explica la situación de una parte de las mujeres: aquellas que están casadas con asalariados y, más aún, con asalariados explotados. No se explica en absoluto la situación de las mujeres casadas con trabajadores autónomos –artesanos o agricultores– o con burgueses. Si se quiere hablar del trabajo doméstico, es preciso considerarlo en su conjunto.

En la medida en que admitas a priori que el trabajo doméstico es una realidad homogénea se trate de una mujer de burgués o de una mujer de proletario. Ahora bien, esta es una cuestión...

En tu artículo hablas de «las mujeres de burgués que no realizan ningún tipo de trabajo doméstico». Esto es un mito. Todas las mujeres realizan un trabajo doméstico, aunque tengan una o dos criadas. Es preciso deshacerse de esta imagen del trabajo doméstico, en última instancia muy moralista, según la cual este consistiría en hacer ciertas cosas, en fregar, etc. A medida que aumenta el consumo, también es mayor el trabajo doméstico a realizar. Ocuparse de un apartamento de diez habitaciones supone un tren de vida importante que exige más trabajo que ocuparse de un apartamento de dos habitaciones.

Consideremos el caso de personas próximas que podemos observar, personas que ni siquiera son grandes burgueses. Sus niveles de consumo no solo son cuantitativamente superiores. No solo consumen más comida, más vestidos, sino que sobre todo tienen un consumo distinto y no únicamente un sobreconsumo en relación al consumo normal o al consumo obrero. Los hijos de las clases pequeñoburguesas, por ejemplo, consumen enormemente. No solo consumen más dinero de sus padres, más vestidos, más juguetes.

También consumen sobre todo más tiempo de su madre. Entre otras cosas por las actividades extraescolares. Es absurdo considerar el trabajo doméstico en bloque, puesto que el consumo de todas las familias no es igual, ni en cuanto a bienes ni tampoco, por tanto, en cuanto a servicios. Y los servicios, dentro de la casa, los proporciona la mujer. Es absurdo decir: «cuando una mujer tiene una criada, esta la sustituye». La criada no la sustituye: hace unas cosas que liberan el tiempo de la mujer para que esta pueda hacer otras cosas. No verlo es dar prueba de un pensamiento sexista.

Y no hay solo mujeres de burgués y mujeres de proletario. También existen las mujeres de agricultor y las mujeres de artesano, que no son ni lo uno ni lo otro. Por tanto, es preciso encontrar una explicación que dé cuenta de la explotación del trabajo doméstico sin hacer referencia a la venta de la fuerza de trabajo del marido.

Ello solo es necesario en la medida en que te niegas a establecer distinciones en la situación de las mujeres casadas por lo que respecta al trabajo doméstico, basadas en el lugar que ocupa su marido dentro de las relaciones sociales de producción.

Pero además este modelo o esta hipótesis ni siquiera explica en absoluto la explotación de las mujeres de proletario. En efecto se llega al resultado siguiente: que la explotación doméstica de la mujer de asalariado se resume finalmente en la de su marido, es decir, que ella proporciona plusvalía. Pero se oculta por completo la especificidad de su relación de producción. Por ejemplo, se puede llegar a demostrar como hace Gardiner –teniendo en cuenta el trabajo doméstico que realiza la mujer y no únicamente el consumo de la familia (lo que se puede comprar con el salario)– que la plusvalía que extrae el capitalista del asalariado ha sido producida en un 50 % por el marido y en un 50 % por la mujer. Aceptémoslo, pero con ello se pasa completamente por alto el hecho esencial, esto es, que la mujer no tiene la misma relación de producción, es decir la misma relación con su pan, que su marido. No se explica la especificidad del trabajo doméstico y de la explotación doméstica.

Si, a nivel teórico, la explotación doméstica es una realidad estrictamente independiente del capitalismo, como tú dices, ¿sobre qué bases fundamentas tú la solidaridad de las mujeres en lucha contra su propia explotación con las clases explotadas por el capitalismo?

Me molesta la formulación de esta pregunta. Implica que es tarea de las mujeres buscar las bases de su solidaridad con los demás explotados; las coloca, de hecho, en la situación de tener que recorrer ellas todo el camino; presupone que las mujeres deben demostrar algo y rendir cuentas a unos explotados patentados. La solidaridad es por definición algo mutuo. Y esta mutualidad exige que se dé la vuelta o, más exactamente, que se plantee en términos recíprocos esta pregunta: ¿Cómo conciben las víctimas del capitalismo –entre paréntesis no son ellas quienes hacen la pregunta a las mujeres sino la extrema izquierda– su solidaridad con las víctimas del patriarcado?

Previamente a toda discusión sobre la solidaridad es preciso que exista una toma de posición clara del interlocutor (izquierda o proletariado) sobre el patriarcado o más bien contra este. Estamos muy lejos de haber llegado a ello y el hecho de que esta toma de posición se haga esperar tanto parece indicar que el interlocutor podría estar interesado en la perpetuación del patriarcado. Pero en cualquier caso la decisión está en sus manos: la alianza entre las mujeres y los «demás» (de momento no sé quién es el interlocutor) pasa por ahí. A él le corresponde decidir si la alianza con las mujeres compensa el abandono de los beneficios patriarcales, o si prefiere conservar esos beneficios, a riesgo de no lograr derrocar el capitalismo sin ayuda. Su decisión nos dirá muchas cosas; su indecisión ya nos está diciendo mucho.


Esta entrevista es un fragmento que podrás leer íntegramente en el libro Por un feminismo materialista de Christine Delphy.

Por un feminismo materialista
El análisis marxista ha sido el marco teórico por antonomasia para interpretar la realidad en el capitalismo contemporáneo. La extraordinaria intuición de la autora para situar la cuestión del gén...

Archivado: