«Una lectura que fue una conmoción política y filosófica». A propósito de Obreros y capital

Leí por primera vez Obreros y capital en 1967, que se publica ahora (mejor tarde que nunca) en inglés[1]. Tenía yo diecisiete años. Era estudiante y comunista: leer el libro de Mario Tronti fue una conmoción política y filosófica.

Por primera vez, Tronti me invitaba a invertir la relación entre capital y trabajo, entre economía y movimiento social; por primera vez se me invitaba a considerar la composición social y cultural del movimiento obrero como fuente de la transformación de la propia maquinaria capitalista.

Obreros y capital, cuyas ondas expansivas desde hace tiempo se han hecho sentir en la cultura de la izquierda italiana, marca un cambio metodológico esencial, un cambio que trastoca la relación entre desarrollo capitalista y subjetividad social. Contra la tradición teórica de la izquierda según la cual la expresión política de la clase obrera era uno de los efectos del desarrollo del capital, Tronti hacía valer la precedencia de la subjetividad, la primacía (tanto lógica como cronológica) de la organización social y la rebelión.

Es la lucha de los trabajadores la que empuja a los capitalistas a transformar la organización económica y tecnológica de la producción; la presión que ejerce el comportamiento de los trabajadores (lucha, sabotaje, pereza, rechazo del trabajo) actúa como acelerador y como transformador sobre la composición técnica del capital.

En efecto, según Tronti, si no partimos de las formas del conflicto social y de la organización política de los trabajadores, no podremos comprender la transformación económica y tecnológica del capitalismo.

La fábrica no es solo el motor que impulsa el desarrollo social, sino también el laboratorio político de las transformaciones sociales.

Es esa la revolución copernicana de la que habla Tronti en Obreros y capital. En la evolución de la maquinaria capitalista debe verse una reacción a los modos de vida y a las acciones de los trabajadores.

Por otro lado, Tronti replantea la relación entre política y fuerza de trabajo, entre táctica y estrategia: a su juicio, la política no es un proyecto estratégico, sino que tiene lugar por medio de decisiones tácticas. La visión estratégica se objetiva en los movimientos espontáneos cotidianos de la fuerza de trabajo que rechaza su propia identificación con la sujeción del trabajo.

Es ese el tipo original de leninismo que propone Tronti: el partido no es el sujeto rector del proceso revolucionario: es más bien su instrumento táctico, una herramienta en manos de los trabajadores organizados. Desde esa nueva perspectiva conceptual, se actualiza el significado de la palabra «organización»: organización no equivale ya a una minoría ilustrada de dirigentes, sino a la autoorganización de quienes se encuentran todos los días en la misma fábrica y comparten los mismos intereses, el mismo sentimiento, la misma cultura. La tarea de los profesionales revolucionarios es encontrar el punto débil de la maquinaria capitalista y centrarse en la posibilidad de romperla en ese punto, para abrir la puerta a la expresión de la autonomía estratégica de los trabajadores.

No debemos subestimar la importancia de ese movimiento metodológico: el propio concepto de autonomía de los trabajadores (autonomia operaia) es consecuencia de esa inversión.

Que yo sepa, en los años 60, Tronti no conocía a Michel Foucault y, a la inversa, no creo que Foucault haya leído los escritos de Tronti. En términos biográficos, nada tienen en común, y sus estilos filosóficos son del todo diferentes.

No obstante, creo que existe un importante punto de conexión entre la investigación genealógica de Michel Foucault y la revolución copernicana que Tronti lleva a cabo en metodología social: ese punto es la primacía de la subjetividad (o mejor, de la subjetivación) en el proceso histórico.

Foucault consagró su atención sobre todo a la cuestión del assujettissement, es decir, al efecto de la subyugación del cuerpo social. Tronti, en cambio, consagró la suya a la subjetivación autónoma de los trabajadores, como fuerza de transformación política. Pero ambos trayectos filosóficos tienen mucho en común: uno y otro se centran en las dinámicas sociales y ambos se proponen descubrir la autonomía de los procesos culturales que se despliegan en el interior del cuerpo social y de la mente social[2].

Si bien creo que Tronti nos proporcionó el mejor marco para conceptualizar la sociedad industrial en su apogeo, a mi juicio no supo captar el significado del movimiento estudiantil del 68 ni la aparición de una nueva composición del trabajo, basada en la transformación cognitiva del proceso de producción y en los avances de la tecnología digital.

Obreros y capital, sin embargo, no debería leerse sólo como una interpretación de la particular coyuntura de los años 60 y 70, sino también (y principalmente) como una meditación filosófica sobre la primacía de la subjetividad y la precedencia de los movimientos sociales.
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Traducido por Rolando Prats del original en inglés publicado en el blog de Verso el 22 de agosto de 2019. Las notas son del traductor.

Notas

[1] Franco «Bifo» Berardi se refiere aquí a la ocasión en que la obra clásica de Mario Tronti Operai et capitale (Turín, Einaudi, 1966; reeditada por DeriveApprodi en 2006) se publicara por primera vez traducido al inglés (Workers and capital, Verso, 2019). Véase, en español, Obreros y capital (trad. Oscar Chávez Hernández, David Gamez Hernández y Carlos Prieto del Campo), Akal, 2001.

[2] Para un estudio conexo y una indagación filosófica a fondo, véase del propio Franco Berardi Almas al trabajo. Alienación, extrañamiento, autonomía (trad. Giuseppe Maio), Enclave de Libros, 2016 [Ed. original italiana: L’anima al lavoro. Alienazione, estraneità, autonomía, DeriveApprodi, 2016].

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