Sheila Rowbotham: Una mirada retrospectiva a 'Mujeres con conciencia en un mundo de hombres'
«La importancia que el Movimiento de Liberación de las Mujeres daba a la subjetividad experiencial no se limitaba a afirmar ‘yo siento’. También estaba influida por una búsqueda de largo recorrido dentro de la izquierda por entender cómo conectar la vida material y una conciencia interna del ser.»

Traducción a partir de este artículo de Verso Books.
Con motivo de la nueva edición de Mujeres con conciencia en un mundo de hombres, Sheila Rowbotham rememora el mundo en el que nació originalmente el libro, en el seno del Movimiento de Liberación de las Mujeres, mientras intentaba situar su política feminista en relación con la cambiante forma del capitalismo, para forjar una nueva manera de describir la interacción entre las percepciones internas y la vida material externa.
Los escritores suelen decir que caminan para inspirarse y mis amigos finlandeses me aseguran que la sauna es el lugar para los pensamientos originales, pero Mujeres con conciencia en un mundo de hombres se incubó en el autobús 38 Routemaster, que solía llevarme de Hackney a la Biblioteca Británica (entonces en Great Russell Street).
Lo escribí entre 1969 y 1971, cuando el Movimiento de Liberación de las Mujeres apenas comenzaba a despegar en Gran Bretaña, y el libro surge de los inicios mismos del movimiento en el país. Siempre he tendido a suponer que si se me ocurría una idea, todo el mundo ya debía conocerla. Pero participar en un movimiento me dio el impulso para creer que mis percepciones podían contribuir a un desafío más amplio a los supuestos culturales predominantes. Sorprendentemente, Mujeres con conciencia en un mundo de hombres llegaría a muchos países, incluido Irán.
Después de escribir un artículo para el periódico de izquierda editado por Tariq Ali, Black Dwarf, redacté un folleto titulado Women’s Liberation and the New Politics, publicado en el verano de 1969. Incorporé parte de este material en la primera parte de Mujeres con conciencia en un mundo de hombres, que se basa en mis propias experiencias como joven que creció en los años cincuenta y sesenta. Así, esta sección del libro da continuidad al relato de mis memorias Promise of a Dream.
Comencé como el bufón del tarot, al borde mismo del precipicio, llevando en mi hatillo una verdadera multitud de búsquedas, sin saber que volvería a ellas desde diferentes ángulos durante las décadas siguientes. Cuando estaba terminando el libro en 1971, ya podía ver que el cambio de conciencia, que parecía haber surgido espontáneamente a finales de los sesenta, no se había desarrollado en una “laguna”. Estaba enraizado en ideas y rebeliones anteriores y también en la transformación del capitalismo. La segunda mitad del libro intenta situar estos sentimientos e impresiones personales en un contexto social más amplio. Sin embargo, esto hizo que el libro no se publicara hasta 1973. Las ideas parecían pasar tan rápido a finales de los sesenta y principios de los setenta, que me preocupaba que resultara algo anticuado cuando salió como un Pelican. Para entonces, conceptos que habían sido tan difíciles de articular parecían evidentes y el Movimiento de Liberación de las Mujeres se había convertido en un movimiento de varios cientos de pequeños grupos de base, que organizaban conferencias y campañas por la anticoncepción gratuita, el aborto, las guarderías, la igualdad salarial y la democratización dentro del Estado del bienestar.
Tenía veintitantos años y llevaba la pesada carga de volver a contar la historia de todo, con el brío de la juventud. Por eso, Mujeres con conciencia en un mundo de hombres había quedado entrelazado con los capítulos históricos de Women Resistance and Revolution. Neil Middleton, mi editor en Allen Lane, acertadamente los separó.
Los pequeños grupos de concienciación inspirados por mujeres estadounidenses que habían formado parte del movimiento por los Derechos Civiles y la New Left ofrecían formas de contrastar experiencias personales con otras mujeres. Fueron vitales para transmitir confianza y para permitirnos cuestionar los conceptos culturales predominantes sobre nosotras mismas. Sin embargo, la importancia que el Movimiento de Liberación de las Mujeres daba a la subjetividad experiencial no se limitaba a afirmar “yo siento”. También estaba influida por una búsqueda de largo recorrido dentro de la izquierda para entender cómo conectar la vida material y una conciencia interna del ser. Muchas, como yo, estábamos empapadas de los escritos de Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Frantz Fanon y el primer Marx. Apenas comenzaba a leer a Gramsci sobre la hegemonía cultural.
Dos de las búsquedas en mi hatillo eran para entender cómo interactúan los cambios externos e internos y profundizar en la resiliencia del hábito, independientemente de la conciencia. Mientras escribía el libro, me topé con las ideas de Karen Horney, Ruth Benedict y Margaret Mead, y decidí que en algún lugar, enterrado en la psicología o la antropología, había claves vitales que podían explicar el poder de género que dotaba a la voz masculina de autoridad, a pesar de todas las incursiones que las mujeres seguían haciendo. No tardé en darme cuenta de que otras feministas estaban mejor capacitadas que yo para reconstruir la psicología y la antropología, y que había mucho por hacer como historiadora feminista.
Cuando trabajaba en Mujeres con conciencia en un mundo de hombres, no era consciente de que Horney, Benedict y Mead habían participado en un debate sostenido tras el movimiento sufragista, sobre si las mujeres debían basar sus demandas en una asunción de igualdad o en la aceptación de la diferencia respecto a los hombres. Pero había llegado a ver que ninguna de las dos posturas era suficiente. Esta se convirtió en mi tercera búsqueda, alentada por una conciencia similar entre las mujeres de clase trabajadora en el movimiento sindical.
Criada en los años cincuenta, cuando la diferencia entre mujeres y hombres se enfatizaba tanto, me inspiraron las ideas de igualdad que comenzaban a agitarse entre las sindicalistas. A principios de 1970 ayudé a que Audrey Wise, entonces organizadora sindical de las trabajadoras en USDAW y más tarde diputada laborista, hablara en la primera Conferencia de Liberación de las Mujeres. Desde finales de los sesenta, ella y una minoría de mujeres radicales en los sindicatos insistían en que la igualdad era vital, pero no suficiente. Argumentaban que la verdadera igualdad de las mujeres en el trabajo estaba intrínsecamente ligada a un cambio en la cultura y la sociedad.
Influenciadas por la valentía del movimiento estadounidense por los Derechos Civiles y la lucha en Sudáfrica contra el apartheid, estaban decididas a no dejarse engañar. Rebuscando en los informes del TUC, encontré a ‘Miss J. O’Connell’ en 1968, declarando: “Queremos más que la promesa de un sueño”. Muchos años después se me acercó tras una charla y me explicó que había estado en un curso sindical sobre Sudáfrica y que eso le había dado la idea de desafiar el “apartheid industrial”.
Si participar en el Movimiento de Liberación de las Mujeres agudizó mi oído para las voces femeninas, junto con otras feministas socialistas examiné la subordinación de las mujeres dentro del marco teórico que conocía de los escritos de Marx y Engels. Su influencia fue esclarecedora y la aprovechamos ampliamente. Pero cuando se trataba de rastrear la interacción entre percepciones internas y vida material externa, o de cómo reconocer y transformar las actividades de las mujeres en el hogar y la crianza, los textos marxistas resultaban algo limitados.
Estoy en deuda con Bob Rowthorn, quien, como economista, recomendó combinar la lectura de Marx y Engels con la observación de lo que realmente ocurría en el capitalismo moderno. Así, Mujeres con conciencia en un mundo de hombres contiene destellos de un nuevo capitalismo en el que las relaciones de género se estaban remodelando, no según nuestras ideas de libertad e igualdad, sino según los intereses de la acumulación de capital y el mercado. La dependencia de la expansión del consumo, el trabajo mal remunerado en los servicios y la innovación tecnológica ya eran evidentes a finales de los años sesenta y principios de los setenta.
Audrey Wise también conocía bien el marxismo y, por su trabajo sindical con las dependientas, era consciente de la realidad de reponer estanterías en los nuevos supermercados. Explicaba pacientemente por qué resistirse a ser simplemente ‘apéndices de las máquinas’ y a las exigencias del sistema de beneficios, era parte de la lucha de las mujeres por su liberación, además de combatir la dominación cultural masculina dentro de la izquierda y el movimiento obrero. Además, Audrey argumentaba que el valor que algunas mujeres otorgaban al cuidado de los seres humanos tenía implicaciones radicales. Escuchaba el sueño detrás de la queja inmediata. “Si la economía quiere que trabaje de noche, quiero una economía diferente”, le dijo una trabajadora.
Hacia el final de Mujeres con conciencia en un mundo de hombres, tropecé con una idea que Lynne Segal (autora de Sexo hetero), Hilary Wainwright y yo desarrollaríamos en Beyond the Fragments (Merlin: 1979; 2013). Circulaba entre las feministas socialistas durante los setenta, no solo en Gran Bretaña, sino en muchos países, incluidos India y Grecia. Algunas de nosotras sosteníamos que nuestro movimiento, junto con todos los movimientos por la libertad y la igualdad, contenía perspectivas específicas que podían fortalecer la resistencia en general. Esto contrastaba con el callejón sin salida de un encierro separatista en una identidad diferenciada.
Lamento que esta aspiración a afirmar y a la vez ir más allá de la experiencia particular de opresión haya quedado históricamente oculta, pues sugiere una sociedad en la que podríamos ser a la vez más profundamente individuales y estar amorosamente conectados con los demás.
El contexto del que surgió Mujeres con conciencia en un mundo de hombres es ya historia. Pero estoy convencida de que muchas de las búsquedas contenidas en sus páginas no son en absoluto cosa del pasado, aunque se expresen en un idioma diferente al que se usaría hoy.
Depende de ti, querida nueva lectora, hacer de ello lo que desees.
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