Las mujeres en el corazón de la revolución
Aleksandra Kolontái y sus camaradas fundaron el Zhenotdel en 1918 para garantizar la participación de las mujeres en la sociedad soviética.
La voluntad de la Revolución Rusa de luchar por los derechos de la mujer suele ser considerada como una declamación de principios que no transformó las condiciones reales de las mujeres. Sin duda, las leyes creadas durante los primeros dos años de la revolución prometían cambios sin parangones en el rol de las mujeres en la sociedad. Este era el caso de la legislación sobre matrimonio, familia y custodia legal aprobada en 1919. Además de poner fin a las sanciones religiosas y de confirmar la posibilidad del divorcio, este código declaraba a hombres y mujeres iguales ante la ley y garantizaba igual remuneración por igual trabajo. También legalizaba el aborto, establecía una edad mínima para casarse –dieciocho años para los hombres y dieciséis para las mujeres– y exigía el consenso de ambas partes.
En general, se asume que las limitaciones de una revolución aislada implicaban que estos derechos legales permanecían en el papel, es decir, que no había ningún proyecto serio para hacer que se prolongaran en la emancipación real de las mujeres. Sin embargo, esta percepción es inadecuada. El Zhenotdel fue un proyecto muy serio, sobre todo para los cientos de miles de mujeres que se beneficiaron de él. Le dio inicio a la participación de las mujeres en la vida social y política en toda la Unión Soviética. En 1920 fue más lejos y sirvió para impulsar la Internacional Comunista de las Mujeres, un proyecto que duró hasta 1930 cuando, bajo el régimen de Stalin, fue clausurada junto al Zhenotdel.
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El espectro de actividades del Zhenotdel era muy amplio. Abrió comedores populares, lavanderías, enfermerías y guarderías, y organizó esquemas para reclutar a las mujeres en sus lugares de trabajo en iguales condiciones que los hombres. Organizó reuniones de delegados para representar a las mujeres de la clase trabajadora en sus lugares de trabajo y en sus barrios, que se convirtieron finalmente en un programa de pasantías que las formaba para los nuevos roles de las fábricas y los departamentos del gobierno. Organizó inspecciones en los lugares de trabajo y en las fábricas para supervisar el cumplimiento de las leyes que protegían la salud y la seguridad de las mujeres, e incluso fue más allá de los lugares de trabajo para organizar a las mujeres desempleadas y fundar cooperativas. En la región soviética de Asia, que es el principal objetivo de mi investigación, el Zhenotdel adoptó formas innovadoras de trabajo para liberar a las mujeres del campo y de la ciudad de la reclusión y promover su inserción en actividades independientes y en proyectos culturales y económicos colectivos.
Pero, a pesar de que estas iniciativas llevaron a que el Zhenotdel se volviera muy popular entre las mujeres campesinas y de clase trabajadora, no puede decirse lo mismo de la mayoría de los miembros varones del partido, lo cual incluye a la dirección. En efecto, las mujeres que participaban de la dirección bolchevique crearon el Zhenotdel en 1918 precisamente porque observaban la pasividad que reinaba en esta instancia en relación con la cuestión de la emancipación de la mujer, que se planteaba en este marco como un asunto secundario comparado con los enormes desafíos económicos y militares que enfrentaba el asediado Estado. De cara a esta situación, en diciembre de 1918 algunas mujeres, entre las que se destacaban Aleksandra Kolontái, Inessa Armand, Konkórdiya Samóilova, Klavdia Nikolayeva y Nadezhda Krúpskaya, tomaron la iniciativa de organizar un congreso de mujeres obreras y campesinas.
Este evento atrajo delegadas de todas las regiones del joven Estado soviético que se pusieron de acuerdo en la necesidad de construir una organización seria y comprometida. Se formaron comisiones que luego se unieron para fundar el Zhenotdel bajo el amparo del Comité Central bolchevique en agosto de 1919. Algunos académicos argumentan que se trató de una medida cínica del Comité Central para mantener al movimiento de mujeres bajo control. Sin embargo, fue bienvenido por las mujeres bolcheviques que veían en él la evidencia de que se reconocían sus argumentos. El congreso de diciembre efectivamente había forzado al Comité Central a tomar cartas en el asunto. Pero esto no significaba que el argumento de la centralidad de la cuestión de la mujer hubiera ganado terreno al interior del partido, ni mucho menos.
Conservadurismo bolchevique
La dirección del Zhenotdel argumentaba que el éxito o el fracaso del socialismo soviético dependía de la cuestión de la mujer. Lejos de un asunto que podía ser pospuesto hasta después de la derrota de la amenaza imperialista que pesaba sobre el Estado soviético, el reconocimiento de los derechos de las mujeres era crucial para superar la crisis. Después de todo, para que las mujeres se movilizaran y defendieran la revolución, era necesario ganárselas y que ellas identificaran al movimiento con una fuerza liberadora. Las escritoras de Kommunistka, el periódico del Zhenotdel, argumentaban constantemente que, sin la incorporación de esta idea en todas las áreas de la actividad partidaria, no había perspectivas de progreso reales para el socialismo soviético. Pero a pesar del apoyo de algunos hombres de la dirección, la transformación profunda del rol de las mujeres era considerada en general como cosa del futuro. Debido a sus exigencias de acción inmediata y de cambios de actitud, en muchos casos se percibía al Zhenotdel como algo fastidioso que desviaba la fuerza necesaria para lidiar con los serios desafíos «masculinos» que planteaban la guerra civil y la supervivencia económica.
Este conservadurismo no se explica simplemente como un fruto del atraso ruso: después de todo, este fue el país cuya clase obrera había dado los pasos más avanzados. Pero la revolución efectivamente tenía muchas debilidades en este sentido. Un problema fundamental fue la falta de trabajo teórico de los bolcheviques, durante el período previo a la revolución, sobre las cuestiones referidas a la familia. Más allá de su oposición al feminismo burgués, que era considerado como un movimiento que apuntaba a generar divisiones, la emancipación de la mujer había sido un eje marginal en las discusiones políticas del partido antes de 1917. Incluso los proyectos canónicos para superar la opresión de las mujeres en el capitalismo, elaborados por August Bebel en 1879 y por Friedrich Engels en 1884, no parecen haber sido muy discutidos durante el período. Había iniciativas –que dependían del activismo de las mujeres– para organizar a las trabajadoras, hacer campaña a favor del movimiento feminista ruso, producir y hacer circular el periódico Rabotnitsa (mujer trabajadora) y organizar eventos en el Día Internacional de la Mujer. Pero dado que los hombres del partido no consideraban que los derechos de las mujeres fueran un asunto fundamental antes de la revolución, era casi inevitable que los consideraran un desvío una vez que está triunfó.
Hubo excepciones, entre las cuales cabe mencionar sobre todo a Lenin. En una entrevista con Clara Zetkin en 1920, expresó un orgullo enorme por el hecho de que la revolución estaba «acercando a las mujeres a la economía social, al plano legal y al gobierno», mientras «desarrollaba la reivindicación de nuestro programa de transferir las funciones económicas y pedagógicas desde las unidades familiares hacia la sociedad» a través del avance de los «cocinas y comedores populares, lavanderías y talleres de indumentaria, enfermerías, jardines de infantes, guarderías e instituciones educativas de todo tipo». Pero sus propias perspectivas no siempre eran la norma. En efecto, en esta misma entrevista se quejaba de que, «desafortunadamente todavía podemos decir de muchos de nuestros camaradas: “excava un poco en el comunista y encontrarás al filisteo”», dado que «su mentalidad en lo que respecta a las mujeres» era la misma que la de los «dueños de esclavos». Para Lenin, era fundamental en términos políticos lograr que esta vieja idea se difundiera «hasta la última y la más pequeña raíz, en el partido y entre las masas», y formar «un equipo de camaradas hombres y mujeres, bien educados en la teoría y en la práctica, para que desplieguen la actividad partidaria entre las mujeres trabajadoras».
Las ideas del Zhenotdel
En contraste con la mayoría de sus camaradas varones, quienes participaban de la dirección del Zhenotdel sí habían estudiado y discutido las ideas de Engels y Bebel sobre los orígenes de la opresión de la mujer. En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels había planteado la idea de que las primeras sociedades humanas habían sido matriarcales y comunistas y habían abordado colectivamente todas las formas de trabajo. La emergencia de la propiedad privada había destruido estos lazos comunitarios y concentrado la propiedad en las manos de una minoría, lo que en última instancia llevó a la dominación estatal, la familia privada y la supremacía de los hombres sobre las mujeres. Las mujeres fueron marginadas de la sociedad civil y esclavizadas para realizar las labores domésticas y el cuidado de los niños. De este modo, el colapso del comunismo primitivo conllevó la derrota histórica del sexo femenino.
Según la explicación del Zhenotdel, la familia monógama del S. XIX era solo el ejemplo más reciente de una forma familiar represiva en el marco de la cual las mujeres eran tratadas como propiedad, es decir, la familia era, según los términos de Bebel, un «un lugar de oscuridad y superstición». El socialismo implicaba trascender esta institución y reafirmar el rol central de las mujeres en todas las áreas de la sociedad. Engels creía que la participación de las mujeres en la producción social transformaría la sexualidad y representaría un desafío para la familia patriarcal. La liberación de la monotonía del trabajo doméstico y del cuidado de los niños llevaría a la liberación sexual. Tanto él como Bebel argumentaban que era imperativo que un Estado de los trabajadores tomara acciones inmediatas para liberar a las mujeres de estas cargas y desarrollar transformaciones legales y políticas.
A pesar de que Lenin pronunció muchos discursos sobre el tema de los derechos de la mujer, Kolontái fue la única que intentó aplicar las ideas de Engels y de Bebel. En general se la critica, en muchos casos de manera justificada, por el carácter utópico de sus perspectivas acerca de lo que podía alcanzarse en los parámetros de las Rusia posrevolucionaria: tal como dice su biógrafa Cathy Porter, Kolontái tendía a fusionar la comuna comunista del futuro con el Estado soviético existente. A primera vista, Kolontái estaba siguiendo una política indiscreta y dogmática al afirmar, en un artículo publicado en Kommunistka en octubre de 1920, que «nuestro trabajo es decidir qué aspectos de nuestro sistema familiar están obsoletos y determinar las relaciones entre los hombres y las mujeres de las clases obreras y campesinas y los derechos y deberes que armonizarán mejor con las condiciones de vida de la nueva Rusia obrera».
Pero el argumento de Kolontái señalaba un punto importante, desarrollado en Las relaciones sexuales y la lucha de clases, en donde afirmó que «La experiencia de la historia enseña que la elaboración de la ideología de un grupo social, y consecuentemente de la moral sexual también, se realiza durante el proceso mismo de la lucha de este grupo contra las fuerzas sociales adversas». Lo que quería decir con esto era que la lucha debía abordarse de modo consciente y no solo abandonarse al futuro. Sin acciones concretas, las formas más conservadoras se impondrían. En su referencia a las «fuerzas sociales hostiles», Kolontái aludía sin duda a la introducción de las fuerzas de mercado en el marco de la Nueva Política Económica (NEP) de ese año y a su impacto negativo sobre la vida de las mujeres, tanto en los lugares de trabajo como en la familia. Las mujeres reclutadas para trabajar en la industria durante la guerra civil perdieron sus trabajos luego de que los hombres retornaron de aquel conflicto. En efecto, con el desempleo femenino rozando el 70%, muchas mujeres perdieron su independencia financiera y el respeto que les merecía su condición de trabajadoras. La NEP también representó un retroceso enorme para la capacidad de acción de Zhenotdel, puesto que su financiación y su equipo fueron recortados. Durante el período de la NEP, Kommunistka publicó muchos artículos que protestaban contra esta situación y afirmaban que era importante sostener el compromiso con la igualdad de las mujeres en las nuevas condiciones. Suele argumentarse que la NEP fue un mal necesario para permitir que el joven proyecto soviético sobreviviera. Pero la supervivencia tuvo un precio alto para las mujeres y cambió para peor la naturaleza de la sociedad soviética.
La emancipación de las mujeres en la zona soviética de Asia Central
Bajo la dirección de Kolontái, el Zhenotdel intentó expandir su trabajo más allá de la zona europea de Rusia hacia la zona de Asia Central y hacia las ciudades y pueblos de Uzbekistán. Esta era una sociedad profundamente dividida en términos de género, en donde las mujeres eran excluidas, usaban velos y no tenían permitido el contacto con hombres de afuera de su familia inmediata. El Zhenotdel mostró tener una gran imaginación y sensibilidad cultural para proponer iniciativas específicas para las mujeres y para lograr que participen en actividades sociales y económicas. Se fundaron clubes de mujeres y cooperativas que proveían servicios de guardería, consulta médica y actividades culturales. En un artículo para Kommunistka, Kolontái definía estas instituciones como «escuelas a través de las cuales las mujeres se acercan al proyecto soviético de manera autónoma y comienzan a cultivar el espíritu del comunismo por sí mismas». La meta era que las mujeres asumieran la participación pública a medida que la sociedad a su alrededor se volvía más abierta.
Sin embargo, estos esfuerzos se vieron obstaculizados por la falta de dirección y liderazgo del partido. Esto levantó barreras a la participación de las mujeres en los clubes y las cooperativas, fomentada principalmente por los hombres autóctonos de esta zona que pertenecían al partido. Una escritora de Kommunistka exigía que sus compañeros varones reconocieran que «acercar a las mujeres al trabajo y proveerlas de salarios tiene una gran importancia política y social porque así llegarán a considerarse a sí mismas como miembros iguales de la sociedad y se abocarán al desarrollo de la economía». En septiembre de 1925, otra escritora se quejaba de que «hasta ahora no se hizo prácticamente nada para organizar a las mujeres trabajadoras. Debemos darle una base sistemática a nuestro trabajo o fracasaremos». Un poco más tarde durante ese mismo año hubo algunos progresos que se expresaron en el lanzamiento de un periódico uzbeko de mujeres, titulado Yangi Y’ol, y en el reclutamiento de las mujeres del movimiento nacionalista Jadid (musulmanes seculares), que se alineó con el gobierno soviético. Se abrieron talleres exclusivos para mujeres en las ciudades principales, en los cuales se formaron cooperativas de productoras y consumidoras. Las mujeres podían vender directamente sus productos a otras mujeres, independizándose de la asistencia de las cooperativas principales. Es interesante notar que estas iniciativas parecieron gozar de la aprobación de los hombres autóctonos que no pertenecían al partido y que se liberaban de la tarea de acompañar a las mujeres a los mercados y a los comercios. El número de mujeres uzbekas que participaban de las cooperativas creció de 225 en octubre de 1925 a 1500 en octubre de 1926. A pesar de que todavía era un número pequeño, mostraba que había potencial para fomentar la independencia económica de las mujeres sin perder el respeto por su cultura.
En los talleres se realizaban también actividades políticas y prácticas. Se establecieron áreas reservadas a las madres y, además de los cursos de alfabetización, se realizaban jornadas de lectura y debate del periódico Yangi Y’ol. Una camarada llamada Butusova describía cómo «las mujeres uzbekas estaban encontrando sus propias respuestas a preguntas sobre sus propias vidas que no podían surgir en el ambiente del hogar». De esta manera, una organización que tenía un uso práctico para las mujeres autóctonas también fomentaba su empoderamiento. Hacia fines de 1926, se estima que había 34 clubes de mujeres en Uzbekistán y 90 «esquinas rojas», en las que las mujeres se reunían en instalaciones temporarias, además de 43 negocios exclusivos para mujeres. Ese mismo año, 71 000 mujeres asistieron las postas sanitarias durante un período de seis meses.
El Hujum y el Plan Quinquenal en Uzbekistán
Sin embargo, a pesar de que los primeros años del Zhenotdel garantizaron grandes conquista para las mujeres en la zona soviética de Asia Central, poco quedó de ellas luego de los acontecimientos de 1927. El Día Internacional de la Mujer se celebró ese año en medio de la infame campaña Hujum, una de cuyas metas principales era lograr que las mujeres autóctonas abandonaran el velo en masa en octubre, es decir, en el décimo aniversario de la revolución. La orden salió del Comité Central del Partido Comunista y fue aplicada por el Sredazburo, la organización del partido de la zona Este. El Zhenotdel tenía el mandato de concentrar todas sus energías en esta campaña, pero las respuestas fueron variadas. Serafima Liubimova, una de las figuras destacadas del Zhenotdel cuya participación fue central en las actividades de Uzbekistán, miraba el Hujum con antipatía. Ella y otras activistas rusas argumentaban que avivaría las hostilidades hacia las actividades del partido entre las mujeres. En efecto, el Zhenotdel nunca había promovido que las mujeres abandonaran el velo en masa: los clubes de mujeres, las cooperativas y los talleres se habían fundado justamente para proveer un ambiente protegido que condujera paulatinamente a una transformación. Abandonar el velo en masa, en cambio, llevaría a estas mujeres a una confrontación directa con sus familias y con sus comunidades. Liubimova fue desplazada de su cargo en la dirección del Zhenotdel uzbeko y Antonia Nukhrat –que era más proclive a la nueva línea– tomó su lugar. Pero a pesar de la presión de la dirección del partido, Kommunistka apenas mencionó el Hujum durante la campaña principal, es decir, de marzo a octubre de 1927. En efecto, el primer artículo que hacía referencia al proyecto es de agosto de 1927, cuando Klavdiya Nikolayeva, en ese entonces parte de la dirección de Sredazburo, escribió una reprimenda muy dura contra las mujeres del Zhenotdel y a favor de la dirección del partido, que hacía hincapié en su rechazo a aplicar el mandato de la organización.
En contraste con Kommunistka, el periódico uzbeko Yangi Yo’l asumió la campaña por el Hujum con entusiasmo. Muchas mujeres autóctonas que participaban del Zhenotdel creían que promover el abandono masivo del velo precipitaría su emancipación mediante una confrontación directa con las fuerzas conservadoras de Uzbekistán. Estas mujeres participaron con entusiasmo en las manifestaciones del 8 de marzo de 1927. Sin embargo, a otras mujeres –esposas e hijas de miembros autóctonos del Partido Comunista– se las forzó a quitarse el velo. Hay informes en Kommunistka que dan cuenta de que en muchos casos se lo hizo a punta de pistola.
Ese 8 de marzo, aproximadamente 70 000 mujeres participaron de la quema masiva de sus velos. La reacción fue inmediata y terrible. Se atacó físicamente y se intimidó a las mujeres autóctonas y a las del Zhenotdel, y en algunos casos hasta se las asesinó. Las calles de las ciudades y pueblos uzbekos se convirtieron en áreas prohibidas para las mujeres. Los informes confirman que la gran mayoría de las mujeres que habían abandonado el velo fueron forzadas a usarlo de nuevo. Los clubes de mujeres y las cooperativas cayeron en desuso, dado que a las mujeres se les prohibía asistir o tenían demasiado miedo como para hacerlo. Los 43 talleres de mujeres fueron clausurados por el movimiento general de cooperativas bajo el pretexto de que no eran necesarios desde el momento en que se había abolido el velo. Por supuesto, la realidad indicaba más bien lo opuesto. Otra campaña para abandonar masivamente el velo se declaró el 1 de mayo y se topó con otra ola reaccionaria. La sociedad uzbeka se sumergió en un conflicto violento y todas las iniciativas del Zhenotdel se hicieron trizas.
Por supuesto, el Hujum nunca tuvo en cuenta la liberación de las mujeres. Llegó el mismo año que el lanzamiento del Primer Plan Quinquenal y se trató más bien de un golpe preventivo y cínico de Stalin a la sociedad de Asia Central. La palabra turca Hujum, traducida al ruso como nastuplenie, significa «ataque». Y fue un ataque contra los clérigos islámicos del Este y contra el tejido social y cultural de esa sociedad. El período de cooperación con los nacionalistas se terminó y se eliminó a todos los enemigos potenciales de la colectivización forzada. Anna Nukhrat, representante del Comité Central, les había asegurado a las activistas del Zhenotdel que el Hujum era la prueba de que la dirección del partido se había colocado decisiva y finalmente de su lado. Pero se trataba más bien de lo contario. Los derechos de las mujeres fueron pisoteados mientras se convertían en mártires de una causa que no era la suya.
Nadezhda Krúspkaya, editora de Kommunistka, abrió el debate sobre el Hujum en el periódico antes de una conferencia de las activistas del Zhenotdel que se realizó en el Este en diciembre de 1928. En el curso de este debate, las colaboraciones de las activistas condenaron la campaña por el efecto destructivo que resultó tener para su actividad. Se criticó a los miembros varones del partido, tanto por negarse a defender a las mujeres que abandonaron el velo como por forzarlas a hacerlo. En el discurso que pronunció en la conferencia –publicado íntegramente en Kommunistka– Krúpskaya condenó los ataques a las prácticas religiosas. Argumentó que había sido políticamente peligroso imponer una medida tan drástica a todos los miembros de la sociedad y forzarlos a abandonar sus prácticas culturales. Pero la rebelión que lideró fue rápidamente sofocada. En 1929, Kommunistka se redujo a una publicación de artículos e informes escritos «oficiales». El número de enero publicó el discurso pronunciado en la conferencia por Yaroslavski, un colaborador cercano de Stalin y el líder de la campaña antirreligiosa. En contra de la exigencia de Krúpskaya de tener más paciencia y sensibilidad frente a las cuestiones culturales, Yarovslaski proponía acciones todavía más enérgicas para perseguir a quienes se oponían al abandono del velo y exigía que las mujeres del Zhenotdel ayudaran en la limpieza de los «elementos extraños» del partido.
El hecho de que el forzamiento a abandonar el velo no tenía nada que ver con la liberación y se trataba simplemente del sometimiento al Plan Quinquenal se volvió evidente en 1929. Una vez apaciguada la oposición del Zhenotdel, hasta las más oficialistas, como Anna Nukhrat, tuvieron que admitir que se estaba forzando a las mujeres autóctonas que habían abandonado el velo a realizar tareas todavía más duras y degradantes en el marco de las nuevas granjas y fábricas colectivas. En enero de 1930, Pravda anunció que el Zhenotdel sería clausurado, dado que no ya no era necesario disponer de un departamento de mujeres separado. En lugar de quedar relegada a este departamento, la cuestión de los derechos de la mujer sería tomada por todo el partido. Esto no era para nada cierto. Durante la década siguiente se eliminaron muchos derechos, mientras que el aborto y el divorcio se volvieron cada vez más difíciles. Se forzó a las mujeres a que se sometieran junto a los hombres al brutal régimen autoritario del estalinismo. El concepto de la mujer como madre dedicada y trabajadora reemplazó el programa de Zhenotdel que planteaba la idea de una mujer autónoma y liberada. Los únicos vestigios que sobrevivieron de este programa –como las guarderías en los lugares de trabajo y los comedores populares– lo hicieron en la medida en que no ponían en riesgo el plan burocrático. Pero luego de 1930, la idea de la «igualdad de las mujeres» era solo una designación falsa para una realidad conservadora.
Herencia
Intentamos destacar algunos elementos del trabajo del Zhenotdel y de la experiencia de las mujeres durante la primera década de la Revolución Rusa con la esperanza de mostrar hasta cierto punto la rica y creativa tradición de la actividad comunista entre las mujeres.
Pero esta historia es importante, lo que significa que debemos considerarla con seriedad. Muestra cómo la falta de una comprensión teórica adecuada contribuyó a que se estableciera el conservadurismo de los hombres en el partido bolchevique y generó una oposición permanente al trabajo del Zhenotdel. También muestra que la etiqueta «feminista» no es necesaria para defender los derechos de la mujer. Las mujeres bolcheviques que fundaron el Zhenotdel se oponían al feminismo separatista. Se negaban a definirse a sí mismas de esta forma porque querían forjar una perspectiva obrera colectiva que colocara la lucha para superar la opresión en el corazón del socialismo. Esa es también la posición que defiendo.
Nuestro movimiento debe reivindicar al movimiento de mujeres soviético y a la Internacional Comunista de las Mujeres. Debemos aprender de estas experiencias si queremos avanzar en la cuestión de la mujer en la actualidad.
Este artículo se publicó originalmente en jacobinlat.com
Traducción de Valentín Huarte.