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La fábrica de objetivos en Gaza

Entre octubre y principios de noviembre, Forensic Architecture ha documentado la destrucción de diecisiete panaderías en Gaza. La forma más rápida y efectiva de convertir a los civiles en combatientes y las infraestructuras civiles, como las panaderías, en objetivos militares a gran escala, es mediante el uso de inteligencia artificial (IA). 

Júlia Nueno 7 octubre 2024

La fábrica de objetivos en Gaza

El pasado 29 de octubre de 2023, un video de un joven palestino se hizo viral en TikTok. En el video, el chico sostiene un pequeño micrófono, saludando a su audiencia con una sonrisa tras un largo periodo sin internet ni comunicaciones. Con un toque cómico, ha añadido una sintonía de telediario en la postproducción. Detrás de él, se puede ver a la gente esperando pacientemente en fila para comprar pan en una de las pocas panaderías que aún siguen abiertas en el norte de la Franja de Gaza. Los comentarios en el video están elogian y bendicien a Abboud, quien, a pesar de su corta edad, se ha convertido en un periodista improvisado en medio de la guerra.

Durante el mes de octubre, hace ya casi un año, circularon imágenes y vídeos de las largas colas en las panaderías de Gaza. Los cortes de luz y la falta de combustible hacían casi imposible que los palestinos pudieran cocinar en casa. Algunas de estas imágenes llegaron a los medios de comunicación internacionales, aunque la gran mayoría recibieron likes y fueron compartidas miles de veces por una audiencia mundial que observaba el colapso de las condiciones de vida en Gaza. El 4 de noviembre, AlJazeera publicó un vídeo de un bombardeo cerca de una panadería con un cartel visible: Al Sharq. Las referencias arquitectónicas de ambos vídeos permiten geolocalizados a solo unos metros de distancia uno del otro.

 Figure 1. Arriba izquierda- TikTok video (29 October), Arriba derecha – AlJazeera video (4 November). Abajo: geolocalización de los videos y la panadería


Entre octubre y principios de noviembre, Forensic Architecture ha documentado la destrucción de diecisiete panaderías en Gaza. En algunos casos, como el de la panadería Al Sharq, una bomba cayó al lado de la panadería mientras la gente hacía cola, hiriendo a varios civiles. En otros, como el de la panadería Al Jadeed, el objetivo fue directamente la panadería, matando a varias personas y dejando un cráter donde antes hubo un edificio.

Las imágenes muestran el ataque a paneles solares, como los de la panadería Ajour, que dependía íntegramente de ellos tras el corte de la red eléctrica. La repetición de los ataques indica que son dirigidos y deliberados, puesto que los edificios de estas zonas aún no habían sido bombardeados, aunque gran parte de ellos serían destruidos más adelante. Las panaderías formaban parte de la red preexistente de distribución de ayuda humanitaria: la panadería de Nuseirat, por ejemplo, había recibido harina de la UNRWA horas antes de ser completamente destruida. Con el pan uno de los pocos productos disponibles, las panaderías se convirtieron en una infraestructura civil esencial durante las primeras semanas de la guerra. Fueron bombardeadas principalmente al norte de Wadi Gaza, el río que atraviesa la Franja, y en las ciudades del centro. Más de la mitad de los ataques ocurrieron en las dos semanas posteriores a la orden de evacuación emitida por Israel el 13 de octubre, que obligaba a 1,1 millones de palestinos a abandonar sus hogares en el norte de Gaza. 

 Figura 2. Panaderías atacadas en Gaza entre el 7 de octubre y el 4 de noviembre.

La destrucción sistemática de panaderías indica un cambio en la lógica utilizada por Israel para justificar sus acciones en virtud del Derecho Internacional Humanitario (DIH). En fases anteriores de esta larga guerra, la estrategia militar israelí se basaba en un enfoque economicista que buscaba minimizar la violencia: calcular cuántas muertes civiles eran aceptables para eliminar un objetivo militar. Aunque el derecho internacional teóricamente busca moderar la violencia, en la práctica, juega un papel crucial en el cálculo y gestión de lo que se puede entender como una economía de la violencia. Por ejemplo, en la guerra de Gaza de 2021, los militares israelís argumentaron que el uso de llamadas telefónicas de advertencia hacía legales los ataques contra los edificios más altos de Gaza. Estas advertencias se presentaban como medidas de proporcionalidad, sugiriendo que al alertar a los residentes para que evacuaran minutos antes de los bombardeos que destruían cientos de hogares, se lograba minimizar el daño.

Dentro de esta lógica economicista, existe otra opción: cuando la proporción entre civiles y objetivos militares es demasiado alta, como ocurre en áreas urbanas, los civiles pueden ser reclasificados como combatientes para corregir ese desequilibrio. La magnitud de la destrucción de infraestructuras físicas y sociales en la guerra actual, incluidos los ataques dirigidos a trabajadores sanitarios, funcionarios y miembros de la sociedad civil, sugiere un cambio de estrategia hacia esta segunda opción. Al ampliar quién y qué constituye un objetivo militar, se pueden llevar a cabo masacres bajo el pretexto de necesidad legal y estratégica. Posiblemente, la forma más rápida y efectiva de convertir a los civiles en combatientes y a las infraestructuras civiles, como las panaderías, en objetivos militares a gran escala, es mediante el uso de inteligencia artificial (IA).

En mayo de 2024, la Fuerza Aérea israelí y la División de Inteligencia recibieron el Premio de Defensa Israelí 2024 por el éxito de su «fábrica de objetivos» (מפעל המטרות). Según un comunicado oficial del gobierno, estas divisiones fueron reconocidas por su innovador uso de «algoritmos avanzados e IA» para identificar posibles objetivos militares que parecen ser civiles. A principios de este año, un alto cargo militar afirmó que, por primera vez, los sistemas de IA del ejército permiten generar nuevos objetivos más rápido de lo que pueden ser atacados. Explicó que, en las guerras de 2014 y 2021, el ejército había agotado su lista de objetivos. Este testimonio sugiere que encontrar y justificar objetivos de acuerdo con el derecho internacional parece haber sido el principal obstáculo en las operaciones militares israelíes.

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La IA está ahora automatizando el proceso de justificación, lo que permitió que los bombardeos continuaran sin descanso desde principios de octubre hasta finales de noviembre. Los agentes militares funcionan como procesadores de información, adaptando sus tácticas para crear nueva inteligencia que respalde sus acciones. Esto hace que sea más difícil cuestionar o examinar críticamente las bases de esas acciones. En este contexto, las estrategias de Clausewitz y Sun Tzu, tradicionalmente consideradas como doctrina militar, también pueden interpretarse como estrategias mediáticas centradas en el control de la información. Es decir, la doctrina militar no solo abarca las tácticas de combate, sino también el manejo de información, decidiendo qué se revela, qué se oculta, y cómo se gestiona la percepción para mantener una narrativa coherente de justificación, especialmente ante la opinión pública.

En este sentido, el control de la información se convierte en una herramienta clave para influir en la percepción pública y legitimar las acciones militares. Aunque ya es sabido que quien controla la información tiene el poder, lo particular en este caso es que la IA desplaza ese control hacia una forma automatizada, donde la creación y gestión de las narrativas ocurre sin intervención humana directa, otorgando una apariencia de neutralidad que en realidad oculta un entendimiento político de qué vida tiene valor y cuál no.

El general Yossi Sariel, comandante de la Unidad de Inteligencia 8200 y precursor de la «fábrica de objetivos», proyecta la siguiente fase de la evolución humana en su tesis de máster autoeditada y descargable en Amazon, The Human-Machine Team. Escrita durante su año de intercambio en la Universidad Nacional de Defensa de Washington D. C., Sariel sostiene que los ejércitos deberían aprovechar «el aprendizaje sinérgico entre humanos y máquinas para crear supercognición». En su tesis, Sariel describe un modelo que genera objetivos militares al integrar información clasificada, proveniente de informantes y servicios de inteligencia, y monitoreando patrones comunicativos. Por ejemplo, explica cómo es posible identificar potenciales terroristas a través de sus amigos en Facebook o de su pertenencia a grupos de WhatsApp junto a un militante ya identificado.

Una brecha en el cifrado de seguridad de WhatsApp, revelada por The Intercept en mayo, sería suficiente para que el Gobierno israelí rastreara los metadatos de los mensajes de WhatsApp, como quién contacta con quién, cuándo y desde dónde. A partir de estas interacciones, es posible extrapolar una red social y generar objetivos utilizando aprendizaje automático. Aunque el régimen colono-colonial israelí lleva décadas analizando las relaciones sociales de los palestinos mediante registros, bases de datos, y la vigilancia y arresto de la población, las capacidades actuales de procesamiento de datos a gran escala permiten automatizar y acelerar este análisis de manera significativa.

La automatización de la producción de inteligencia militar abarca indiscriminadamente a toda la población, tratando las interacciones sociales cotidianas con el mismo nivel de sospecha que las amenazas militares. Bajo esta estrategia, los vínculos sociales se convierten en probabilidades, lo que permite que prácticamente cualquier persona pueda ser considerada terrorista para justificar su muerte. Este cálculo aplicado a la vida colectiva y cotidiana convierte en posibles objetivos espacios comunes, como las panaderías o los mercados. Estas operaciones matemáticas son una forma renovada de control sobre la población palestina, ya que, al monitorear las interacciones sociales, se limitan las posibilidades de que surjan expresiones de soberanía en estos espacios comunes.

Tras la primera orden de evacuación del 13 de octubre, el ejército israelí advirtió que cualquiera que se negara a abandonar el norte de Gaza «podría ser identificado como cómplice de una organización terrorista». Este argumento, repetido por los medios de comunicación internacionales, busca anular la voluntad de los palestinos de quedarse en sus hogares. En el norte de Gaza, muchos recordaron el arrepentimiento de sus abuelos por haber abandonado sus tierras, ahora pobladas por colonos, durante el Nakba de 1948. Sin electricidad ni combustible, las colas en las panaderías se prolongaban durante horas. Alguien que hacía cola en una panadería con un teléfono vinculado por la «fábrica de objetivos» al de un supuesto militante de la resistencia armada, convertía una infraestructura civil en un objetivo militar

Una vez que la justificación legal y estratégica ha sido automatizada, la decisión de bombardear o no esa panadería recae en el elemento humano en el equipo hombre-máquina de Sariel. Al inicio de la guerra, la destrucción de panaderías fue utilizada para forzar el desplazamiento de los palestinos hacia el sur, hacia Rafah, como parte del plan de Israel para presionar a Egipto a que abriera sus fronteras. Por lo tanto, la decisión humana, alineada con una estrategia política más amplia, es destruir la panadería.

Para descubrir patrones y conexiones no evidentes en una red social, como la que Israel intenta trazar, se han instalado repetidamente puestos de control biométricos en Gaza. El 14 de noviembre, se estableció un puesto de control improvisado en el corredor de Salah al-Din, que atraviesa la Franja de norte a sur, para facilitar la vigilancia y el control por parte del ejército israelí del desplazamiento masivo de personas hacia el sur. Según testimonios recogidos por la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCAH), en este puesto de control se llevaron a cabo detenciones arbitrarias, separaciones forzosas de familias, humillaciones y otras formas de violencia psicológica y física infligidas por el ejército israelí. La OCAH también informó que el puesto de control no contaba con presencia militar directa, sino que estaba controlado a distancia por soldados armados que se encontraban en las inmediaciones. El puesto incluía un sistema de vigilancia en el que «se pedía a los desplazados que mostraran sus documentos de identidad y que se sometieran a lo que parecía ser un escáner de reconocimiento facial». De este modo, el desplazamiento forzoso de la población palestina ha permitido la recogida involuntaria de sus datos biométricos.

Figura 3 Izquierda: Vista aérea del puesto de control en el corredor de Salah al-Din. Derecha: El puesto de control visto desde una posición militar israelí (marcado con el icono de una cámara en la imagen de la izquierda). Abajo: Imágenes de satélite Planet del 29 de enero de 2024 que muestran una multitud de personas en cola junto a la “zona humanitaria” de Al-Mawasi.

En marzo, imágenes de satélite mostraban a personas desplazadas siendo detenidas en un puesto de control militar israelí improvisado a la entrada de la «zona humanitaria» de Al-Mawasi. Si el ejército israelí utiliza este puesto de control de forma similar al del corredor de Salah al-Din, estaría empleando esta «zona humanitaria» como frontera selectiva para controlar los movimientos y la concentración de la población palestina desplazada. Desde el comienzo del nuevo año, se han establecido dos puestos de control permanentes que dividen la Franja de Gaza en dos y que el ejército israelí denomina «coladores» (נקזים). Estas infraestructuras no solo actúan como filtros para decidir quién puede pasar y quién es detenido, sino que también funcionan como registros que pueden cruzarse con bases de datos existentes para rastrear los nombres de quienes han decidido permanecer en el norte, generando así nuevos objetivos.

La finalidad de la «fábrica de objetivos» es proporcionar la justificación legal para la masacre de los palestinos. La restricción de minimizar las muertes de civiles en la guerra se resuelve mediante el mecanismo de convertir a cualquier miembro de la población en objetivo en el genocidio. La cuestión no es si la IA es buena o mala para la guerra, o si podría mejorarse para ser más justa. El sesgo de la «fábrica de objetivos» es político, preexistente a la elaboración de sus modelos de datos; se basa en que el derecho internacional integra una economía de la violencia en la lógica de la violencia. Estos cálculos, cuando se ejecutan millones de veces, sirven para destruir deliberadamente las condiciones de vida de una población ocupada.

El derecho internacional y la capacidad de computación de la IA se han aliado para estructurar y legitimar la criminalización de una población que decide no abandonar su tierra. La destrucción de panaderías, hospitales, zonas comerciales o calles y carreteras tiene como objetivo socavar la vida colectiva palestina. A pesar de las condiciones de vida mínimas impuestas por un bloqueo de dieciséis años, las interacciones cotidianas de la población encerrada en Gaza, creaban y mantenían una sensación de amplitud dentro del reducido territorio delimitado por el muro. Estas interacciones crearon posibilidades de soberanía e infraestructuras propias.

Por ejemplo, un plan agrícola que reemplazó el eucalipto plantado por Israel y antes por el Mandato Británico con olivos y palmeras a lo largo de la calle Salah al-Din, donde ahora se encuentran los puestos de control; la creación de una industria local de aceite de oliva y dátiles que exportaba el producto sin depender de su compra por Israel, estableciendo redes de solidaridad internacionales con el movimiento de liberación; mercados que funcionaban como centros de distribución de trabajos esporádicos en la construcción o la agricultura dentro de la economía local; un sistema sanitario que, aunque gravemente limitado en recursos, es de acceso universal; doce universidades, ahora todas arrasada, que ofrecían educación superior no solo a los jóvenes de Gaza, sino también a los hijos de inmigrantes palestinos en los Emiratos Árabes Unidos que no podían permitirse estudiar en las universidades en el estado del Golfo.

Con la destrucción de panaderías en octubre, surgió la construcción de tabaones (طابون), hornos de barro tradicionales palestinos. En los hospitales los médicos comenzaron a amasar pan en toallas quirúrgicas. En los refugios, las mujeres horenaron arbood (خبز غير مخمر), pan cocido en ceniza siguiendo la tradición de los pastores beduinos, para alimentar a los más de 600.000 desplazados que buscaban asilo. Los agricultores cultivaron plantones entre las ruinas de sus casas para combatir el hambre. Estas prácticas, profundamente arraigadas en las formas de vida y el conocimiento de la tierra de los palestinos, emergieron como una infraestructura crítica de resistencia. Una vida colectiva en movimiento que parte de lo poco que queda, y persiste y resiste, a pesar de todo, a través y en contra de la destrucción computacional.

* El artículo, inicialmente publicado en catalán y castellano por Catalunya Plural, se ha republicado en este blog con el permiso de la autora.

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