«El infravalorado trabajo del amor» - Entrevista a Alva Gotby
Alva Gotby habla con AnOther sobre su nuevo libro, «Ellos lo llaman amor: una política de las emociones», en el que analiza el amor como trabajo y la amistad como un horizonte lleno de posibilidades.
Este nuevo libro radical visibiliza el infravalorado trabajo del amor
«¿Cómo puedes saber si te quieren? ¿Cómo puedes saber si alguien se preocupa por ti?», se pregunta la escritora y académica Alva Gotby en las primeras líneas de su nuevo libro, Ellos lo llaman amor: una política de las emociones. A menudo son los pequeños gestos –una llamada espontánea, que te preparen un café nada más despertarte, unas palabras amables tras un día difícil– los que nos hacen sentir más calor, amor y seguridad. Pero, independientemente de que estos gestos requieran mucho o poco esfuerzo, y de que se hagan por voluntad propia, siguen siendo, según Gotby, una forma de trabajo.
De hecho, el trabajo de apoyo emocional y, como lo llama Gotby, «crear 'buenas sensaciones», ocupa toda nuestra vida. Queremos que quienes nos rodean –parejas, amigos, familiares, colegas, incluso extraños– se sientan bien, y por eso nos esforzamos en que esto siempre sea así. Este trabajo tiende a ser invisible e ingrato, pero también es una parte esencial de las sociedades capitalistas, que no podrían funcionar si la gente no se sintiera lo suficientemente bien como para ir a trabajar.
Así pues, el amor es una forma de trabajo reproductivo, es decir, según Gotby, «el trabajo necesario para mantener y sustituir la mano de obra y garantizar el bienestar de las personas». Parte de este trabajo, como el embarazo, las tareas domésticas y el cuidado de los enfermos, se engloba bajo el paraguas de la «reproducción social». Aunque el trabajo emocional de esta reproducción es menos discernible, no es menos importante y, así, en Ellos lo llaman amor, Gotby presenta su concepto de "reproducción emocional".
Desde una perspectiva feminista marxista, Gotby ofrece una explicación fascinante y exhaustiva de por qué las emociones son una cuestión política. Critica la privatización de los cuidados, que sitúa a la familia y las relaciones románticas como los únicos lugares donde pueden satisfacerse realmente las necesidades emocionales, excluyendo así a quienes no se adhieren o no pueden adherirse al ideal normativo de la «buena vida» burguesa y heterosexual. Gotby también analiza por qué este trabajo recae sobre las mujeres, y explica cómo la naturalización y la representación de la feminidad (¡que, en sí misma, es trabajo!) nos ha llevado a percibir que ciertas habilidades emocionales son inherentes a las mujeres.
En última instancia, concluye, para liberarnos de esta carga de reproducción emocional, debemos abolir el capitalismo –también la familia y el género– y buscar «potenciales más lúdicos y liberadores para la emoción y el deseo» que ya existen en muchas comunidades queer y marginalizadas.
Gotby reflexiona sobre la receptividad de la gente a esta idea del amor como trabajo, analiza cómo podemos empezar a rechazarla y explora los potenciales radicales de la amistad.
¿Qué influencia puede tener el actual clima de austeridad, estancamiento salarial y crisis del coste de la vida –durante el cual las personas pueden volverse más dependientes de los sistemas de apoyo familiar y romántico– en la receptividad de la gente a considerar el amor como una forma de trabajo?
Mucha gente se resiste más. También existe un marco más amenazador y reaccionario, en el que muchas personas que sienten que el sistema económico actual no satisface sus necesidades recurren a una versión más conservadora de la familia. Existe el fenómeno de las «esposas tradicionales» y el deseo de volver a una concepción pre-feminista de la familia tradicional. Las personas que defienden estas narrativas se resisten, obviamente, a la idea de que la familia no sea sólo algo natural y un buen vínculo amoroso.
Por otro lado, mucha gente se ve empujada a volver a patrones de género más tradicionales cuando hay una recesión y se produce más presión sobre la economía doméstica. Durante la COVID, muchas madres sintieron que tenían que ser las responsables de cuidar a sus hijos 24 horas al día, 7 días a la semana, y de hacerlo mientras desempeñaban algún tipo de trabajo remunerado. Así que, para aquellas personas que se sienten presionadas a cuidar más de la gente que les rodea debido al sistema económico, podría haber algo útil en esto [el concepto de reproducción emocional, y en resistirse a la idea] de que algunas personas están hechas para responsabilizarse de las necesidades de todos.
En el libro explica que a las mujeres se les encomienda la tarea de crear «buenas sensaciones» y mantener a raya los conflictos, al tiempo que borran las señales de este trabajo emocional. Haces la observación de que esto se deriva de una naturalización de la feminidad: ¿cómo podemos empezar a desnaturalizarla?
Hace poco pensé en mi propia situación, porque estoy en un momento en el que me dedico mucho al cuidado y al apoyo emocional –no en un entorno familiar, sino en general– y consideraba que se me daba bastante bien. Pero entonces tuve que parar y pensar: «En realidad, quizá no sea porque se me dé intrínsecamente bien, sino porque lo hago mucho y, por tanto, he desarrollado las habilidades para hacerlo». Es una forma de empezar a desnaturalizarlo y de preguntarse por qué algunas personas, sobre todo mujeres, han desarrollado esas habilidades, pero no todo el mundo.
Podemos pensar en nuestras vidas de manera individual, pero también en un proyecto más colectivo. En el activismo feminista de los años setenta, existían los grupos de concienciación, y muchos de los debates [que se producían en ellos] proporcionaban una base para que las mujeres reflexionaran sobre sus propias vidas desde una perspectiva política y colectiva. Si queremos desnaturalizar realmente estas características de género y decir: «Esto es algo político», tiene que ocurrir en el contexto de un movimiento feminista.
«Hace poco pensé en mi propia situación, porque estoy en un momento en el que me dedico mucho al cuidado y al apoyo emocional –no en un entorno familiar, sino en general– y consideraba que se me daba bastante bien. Pero entonces tuve que parar y pensar: «En realidad, quizá no sea porque se me dé intrínsecamente bien, sino porque lo hago mucho y, por tanto, he desarrollado las habilidades para hacerlo».
También hablas de cómo el feminismo hegemónico ha animado históricamente a los hombres a participar en el trabajo reproductivo, ¿por qué no es ésta la solución?
Aunque hace mucho tiempo que se impulsó la igualdad de género, la situación no ha cambiado tanto como se esperaba. Mi explicación es que se pueden intentar desempeñar ciertas tareas de forma más equilibrada –por ejemplo, turnarse para hacer la cena– y eso es bastante fácil de hacer. Pero es mucho más difícil salir de estos supuestos naturalizados y sexistas donde se asume quién es responsable no sólo de la tarea en sí, sino de asegurarse de que todo el mundo tiene lo que necesita, es relativamente feliz y se siente cuidado. Ese es el tipo de trabajo mental y emocional que es mucho más difícil de conseguir porque es muy invisible: alguien tiene que hacer el trabajo de darse cuenta siquiera de lo que se necesita para que los miembros de la familia se sientan bien.
También está la cuestión de asumir que la familia o la pareja romántica es la unidad ideal para satisfacer las necesidades de las personas. Esas unidades sociales tienden a ser bastante desiguales y jerárquicas; pero, además, mucha gente no forma parte de una familia o no tiene una relación especialmente buena con la suya. No hay otra forma establecida de atender las necesidades de estas personas; tal vez tengan amistades cercanas, pero puede que no satisfagan todas sus necesidades. Pensar en la igualdad de esta forma tan limitada –en relaciones heterosexuales– es un problema, porque nos lleva a suponer mucho sobre el tipo de relaciones que deberíamos tener.
Cuando el trabajo de reproducción emocional está ligado al amor, ¿cómo podemos rechazarlo?
Es importante reconocer que es algo realmente difícil. Es duro decir no a las necesidades de las personas que queremos. Las feministas socialistas han utilizado a menudo esta idea de la huelga, pero las huelgas que la gente ha conseguido llevar a cabo en el ámbito de la reproducción suelen ser muy cortas, de un día, porque, de lo contrario, sería intolerable. Lo que podría facilitar empezar a rechazar este trabajo es crear una sociedad en la que el trabajo emocional sea mucho menos exclusivo de la esfera privada. Entonces nos sería más fácil decir: «En realidad, me está desbordando cuidar a tanta gente y necesito algo de tiempo para mí». Si hubiera otras personas que pudieran asumir parte de ese trabajo, sería menos difícil.
Usted señala el potencial queer de la amistad como una posible alternativa a la privatización de los cuidados por parte de la familia. ¿Cómo podría la amistad liberarnos de la carga de la reproducción emocional?
La amistad no es intrínsecamente radical; obviamente, mucha gente pasa mucho tiempo con sus amigos, y eso no cambia necesariamente el funcionamiento de la sociedad. Pero la amistad suele dar prioridad a la alegría, y hay interacciones más placenteras que están menos lastradas por estas ideas de responsabilidad de género en el trabajo emocional. También es menos exclusiva, así que no sientes que sólo puedes formar vínculos con un grupo reducido de personas. Esto se puede ligar fácilmente a un proyecto político más radical, donde tienes una responsabilidad emocional, pero también recibes cuidados de un grupo más amplio. Y esto también puede ser el precursor de una lucha política común.
Ellos lo llaman amor: una política de las emociones está ya en librerías en inglés y en castellano.
Entrevista original de AnotherMag aquí.
Traducción de Aitana Bellido.
- Alva Gotby