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¿El fin del neoliberalismo?

Anton Jäger reflexiona sobre Controlar y proteger de Paolo Gerbaudo, el neoliberalismo y la evolución del rol del Estado en la pandemia.

Anton Jäger10 julio 2023

¿El fin del neoliberalismo?

Publicada apenas un año después del gran confinamiento, la obra de Gerbaudo― al igual que Shutdown (2021), de Adam Tooze, y The Covid Consensus (2021), de Toby Green― va más allá del mero artículo de opinión para realizar una evaluación mesurada de los mundos producidos por la llegada de la COVID en marzo de 2020.

Los riesgos de este tipo de "análisis instantáneo" son bien conocidos. Como una cámara de alta velocidad, la historia contemporánea suele correr el riesgo de caer presa de la fluidez y la indeterminación de la situación que quiere capturar, a menudo encajonada entre el detalle impresionista y la gran abstracción. Pero este no tiene por qué ser el destino de un libro. Gerbaudo termina su obra con una cita de Franz Neumann, que fue capaz de escribir un análisis del Estado nazi (o más bien "no-Estado") mientras la guerra europea seguía haciendo estragos e incluso contribuyendo activamente al esfuerzo bélico de los Aliados. El Behemoth de Neumman ―en sí mismo una figura hobbesiana― también establece los parámetros del análisis de Gerbaudo: un bestiario de nuestro nuevo Leviatán, que rastrea la descomposición y recomposición de la autoridad estatal en tiempos de crisis, así como las facciones que determinan la forma del nuevo monstruo.

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Gerbaudo fusiona aquí dos áreas de estudio. Por un lado, se remonta a la década populista anterior y a los bloques de clase específicos que se coagularon en torno a ella: el tema de sus libros anteriores sobre el partido digital, los movimientos de protesta global y el populismo. A diferencia de los analistas postestructuralistas del "populismo", esta aproximación pasa del significante al significado: ¿con qué grupos sociales se relacionan los diferentes llamamientos al pueblo en el momento actual, y cómo determinan los factores económicos sus intereses? Por otro lado, el libro conecta presente y pasado con referencias a los "poderosos muertos" de la historia del pensamiento político: Hobbes, Maquiavelo, Platón, Cicerón y Neumann, que arrojan luz sobre los dilemas del poder público en la actualidad.

Gerbaudo considera, con razón, que la pandemia es una crisis terminal para un ideal específico de gobernanza neoliberal, el último clavo en el ataúd monetarista. Los mantras de austeridad de la década de 2010 se están extinguiendo: tanto la Unión Europea como Estados Unidos lanzaron enormes fondos de rescate en 2020; "el Estado" está de vuelta, como dice el autor. Mientras que el tamaño de estos fondos plantea serias dudas sobre la llamada "muerte del neoliberalismo", los comentaristas políticos, desde Slavoj Žižek a Grace Blakeley, han diagnosticado un "nuevo Estado". Los fondos impulsados por Joe Biden ofrecen muchas razones para ese diagnóstico. El precio es enorme: 3 mil millones de dólares repartidos en dos proyectos de ley de diez años de duración. Incluye dinero para escuelas, autopistas, puentes, hospitales y ayudas a la corona; en conjunto, uno de los planes de rescate más ambiciosos desde la época de Roosevelt.

Sin embargo, los fondos Biden también muestran sorprendentes continuidades con nuestra era "pre-post-neoliberal": el paquete de medidas sigue estando destinado a salvar a las empresas privadas. La sanidad pública ha sido borrada del mapa político (Biden incluso indicó que torpedearía la propuesta si llegara al Senado). El Estado estadounidense sigue actuando principalmente como poder adjudicador de las funciones públicas. Después de diez años de flexibilización cuantitativa y recompras, estas empresas y fondos están sentados sobre montañas de capital infrautilizado para el que no pueden encontrar inversiones rentables.Los propios servicios deben ser garantizados por un Estado que profesa un extraño keynesianismo privatizado: la política monetaria se radicaliza, pero la política fiscal cambia poco.

Esto es en sí mismo una continuidad con el "keynesianismo comercial" impulsado por la administración Kennedy en la década de 1960, o con la "democracia de la oferta" a la que el propio Biden se adhirió en la década de 1970. En este sentido, la era keynesiana de Gerbaudo fue más neoliberal de lo que presuponíamos, y la era neoliberal más keynesiana. Es cierto, por supuesto, que la década de 1980 fue testigo de repetidos intentos de destripar el sistema de bienestar y estigmatizar a los sectores públicos. Sin embargo, también se estaba construyendo una variante del bienestar curiosamente favorable al mercado: generosa y no conservadora desde el punto de vista fiscal, pero vacilante a la hora de retirar áreas enteras de la vida social del mercado.

El neoliberalismo ofrecía así su propia variante de la "protección" y el "control" del que habla Gerbaudo: una protección frente a los caprichos del mercado laboral mediante la propiedad de activos o las transferencias de efectivo, y una apuesta por el control mediante la instalación de la soberanía del consumidor en una nueva sociedad civil global. Con estos dos modelos dominantes, la propia política se mercantilizó, convirtiéndose en el patio de juegos de una sociedad civil repleta de ONG y activistas. Esto en sí mismo fue un contramovimiento polanyiano en un sentido interno; la desvinculación de la sociedad del mercado se contrarrestó con un sistema de protección anclado en el mercado.

La pandemia ha dinamitado claramente algunos elementos de este consenso neoliberal. Se están registrando niveles récord de gasto, al tiempo que desde Singapur hasta Budapest se ha roto el dique fiscal. Sin embargo, con la excepción de China, el Estado también ha asumido un curioso doble papel en este proceso. El asistencialismo del siglo XX constituyó un programa experimental de economía mixta y desarrollo nacional. Espoleados por una coalición díscola pero densamente organizada entre trabajadores y pequeñas empresas, los Estados invirtieron en servicios públicos a largo plazo, la electrificación de las zonas rurales, la construcción de presas, carreteras, puentes y otras infraestructuras. En sus momentos más ambiciosos, el dinero público se destinó a construir bienes públicos con muy poca participación del sector privado.

Hasta ahora, este tipo de reconfiguración de la economía para el bien público ha estado completamente ausente de la lucha contra la crisis del Covid. En su lugar, los responsables políticos parecen haber optado por sustituir la mano invisible del mercado por la mano invisible del Estado: un árbitro que ocasionalmente ayuda a los jugadores, pero que rara vez ―o nunca― participa en el juego per se. En este sentido, las críticas de la izquierda corren el riesgo de depender demasiado de un "subidón de azúcar" temporal: en lugar de revigorizar el Estado del bienestar de posguerra, la covid podría haber abierto la puerta a un "proyecto público-privado desinhibido", como ha escrito Adam Tooze. La carrera por alcanzar la vacuna fue en sí misma un monumento a este proyecto: el Estado canaliza el dinero, las empresas planifican y producen. Se trata de una criatura más Behemoth que Leviatán, por utilizar los términos de Neumann.

Gerbaudo tiene razón al hablar de un nuevo momento estatista. Sin embargo, el resultado final de este estatismo también podría parecerse aterradoramente a la respuesta a la COVID del Reino Unido: una continuación incómoda del Estado privatizado, con subcontratistas que luchan entre sí por los contratos gubernamentales, ahora en un eje nacional en lugar de internacional. La lista de proveedores de los tests de viaje en el Reino Unido, por ejemplo, ilustra rabiosamente esta tendencia: todos británicos, todos privados.

En efecto, esto dista mucho de la gran globalización a la que nos acostumbramos en las décadas de 1990 y 2000. Entonces, Tony Blair podía comparar el movimiento de los precios con el cambio de las estaciones, mientras que los poetas polacos asistían a la inauguración del primer McDonalds de su país. La "apertura" de esta globalización siempre fue ambigua. Como señala Gerbaudo, la "endopolítica" siempre estuvo acompañada por severas restricciones a la circulación de la mano de obra: mientras proclamaba un modelo universal de ciudadanía del consumidor, sobre todo en la Unión Europea, sólo una ciudadanía de dos niveles podía asegurar a la economía neoliberal de servicios el suministro de mano de obra. El resultado se parece más a lo que Nicholas Mulder describió recientemente como "globalización sin globalistas": por debajo del impulso neoliberal, los fundamentos del arte de gobernar capitalista no han cambiado fundamentalmente, pues hay un "gran retroceso", pero la sociedad capitalista apenas está en proceso de ser sublimada.

Gerbaudo también tiene claro que cualquier predicción sobre la forma del mundo post-Covid implica en sí misma una abdicación de la agencia, al igual que Neumann esperaba que su libro fuera la contribución a una guerra de palabras que pudiera ayudar a la guerra de ejércitos de verdad. La tarea de combinar esta nueva política de control con una política de protección tendrá que decidirse políticamente, no académicamente. Gerbaudo critica con razón la tendencia a reducir el Estado a sus funciones pastorales visible en obras como la de Benjamin Bratton mientras disecciona las "fantasías de salida" de la derecha.

Gerbaudo tiene claro que cualquier movimiento hacia un capitalismo más "público" debe ser obviamente bienvenido desde la izquierda. Pero la "socialización" puede producirse tanto "desde arriba" como "desde abajo". La izquierda necesita algo más que el tipo adecuado de administración, del mismo modo que en la década de 2010 necesitaba algo más que un conjunto diverso de identidades. El "populismo" fue un intento de hacer política en un tiempo de la historia en que la lucha de clases parecía institucional e intelectualmente imposible.

No está claro cómo se canalizará este populismo en nuestra nueva era de proteccionismo público-privado. Cuanto más se deje la cuestión del "gobierno" en manos de los bancos centrales, y cuanto más se base la política económica en simples transferencias de efectivo, menos tendrán los socialistas que ofrecer como contra-visión filosófica ("Vote con sus dólares o euros" es el mantra de futuro). Si los bancos centrales pueden mantener ciertos niveles de consumo mediante transferencias de efectivo, las enormes brechas de desigualdad, la canibalización de los servicios públicos y la decadencia de nuestra infraestructura social pueden continuar. Puede que éste sea el final del neoliberalismo, pero lo que venga después puede resultar incluso más confuso.

Este artículo fue publicado originalmente en Verso books

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