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E.P. Thompson, el historiador que intervino en la historia

Aunque E.P. Thompson ha sido reconocido como uno de los grandes historiadores del siglo XX, durante gran parte de su vida "la escritura de la historia pasó a un segundo plano frente a la creación real de la historia". Con motivo del centenario del nacimiento de Thompson, Julian Harber reflexiona sobre el Edward menos historiador, el profesor y activista político.

Julian Harber 6 febrero 2024

E.P. Thompson, el historiador que intervino en la historia

Todavía estaba en el colegio cuando se publicó La formación de la clase obrera en Inglaterra. Y aunque estaba estudiando Historia y tenía un profesor excelente que estaba más al día que muchos otros –nos habló, por ejemplo, de la obra de George Rudé sobre la Revolución Francesa–, nunca mencionó a Edward Thompson.

Para ello tuve que esperar a mi primer año en la Universidad de Essex. Entonces, mi encuentro inicial no fue con The Making (La formación), como se le ha llegado a llamar, sino con otras dos obras de Edward: The Peculiarities of the English, publicada en la revista Socialist Register en 1965, y su artículo seminal History from Below, publicado en un número especial del Times Literary Supplement en abril de 1966 bajo el título "New Ways in History". Ambos fueron reveladores. El primero porque ofrecía una interpretación de la historia inglesa del siglo XVIII que tenía sentido; el segundo porque defendía un enfoque de la historia bastante diferente al de gran parte de la ortodoxia imperante entonces. Por supuesto, había oído hablar de The Making, pero su precio de 73/6d –una suma enorme en aquella época– superaba con creces lo que los estudiantes solían gastar en un solo libro.  

Conocí al propio Edward junto a su esposa Dorothy en la cocina de una granja galesa justo después de las Navidades de 1966. Unos meses más tarde me gasté esos 73/6d y recuerdo haberlo leído de cabo a rabo, pasando la mayor parte de la noche en vela. Mi relación con los Thompson se reanudó en junio de 1967 cuando asistí a una de las Workers’ Control Conference que tenían lugar en Coventry, donde Dorothy, al verme entre el público, me pasó una nota preguntándome si necesitaba una cama para pasar la noche, un ejemplo típico de su legendaria hospitalidad. Habiendo llegado con un saco de dormir pero sin alojamiento, era una oferta irrechazable. Aquel también fue el comienzo de una amistad que duró hasta la muerte de Edward en 1993 y de Dorothy en 2011.

En 1969, Edward me animó a solicitar el máster en Historia del Trabajo que ofrecía el recién creado Centro para el Estudio de la Historia Social de la Universidad de Warwick, del que ejercía era director. Fue allí donde conocí a Edward como profesor. Como conferenciante era magnífico, pero lo que más recuerdo es, en primer lugar, su capacidad para incitar a sus alumnos a explorar nuevas fuentes y plantearse nuevas preguntas y, en segundo lugar, los seminarios de posgrado que dirigía y a menudo presidía. Estos seminarios contaban con un amplio abanico de ponentes, incluso en una ocasión contó con W.H. Mainwaring, el último autor superviviente de The Miners Next Step, publicado en 1912.

Pero, para mí, los mejores eran los que reunían a una notable cantidad de doctorandos que investigaban la historia inglesa del siglo XVIII; miembros de lo que llegó a conocerse simplemente como el Crime Group. Estos estudiantes desaparecían durante semanas, a veces en lo que entonces era la Oficina de Registros Públicos, pero sobre todo en las Oficinas de Registros locales, indagando en los registros criminales y en los documentos de la aristocracia; aquellos a los que Edward llamó en 1965 los "grandes mafiosos", pero que regresaban con nueva información e interpretaciones que luego se debatían. Edward rara vez intervenía hasta el final, cuando aportaba nuevas ideas y planteaba preguntas alternativas. 

Gran parte de ello se plasmó en Albion's Fatal Tree y Edward's Whigs and Hunters, publicados simultáneamente en 1975. Puede hacerse una idea de la emoción que suponía todo ello en las tres introducciones a la nueva edición de Albion's Fatal Tree publicada en 2011. Como James Hinton, uno de los colaboradores en el programa del Centro, me dijo más tarde: lo que se consiguió con Edward fue un atisbo de lo que podía y debía ser un departamento universitario de historia.

Pero fue sólo un atisbo, porque, como es bien sabido, Edward, con su experiencia en la enseñanza universitaria extracurricular, nunca fue feliz en Warwick. Al parecer, le habían atraído con la promesa de que la universidad adquiriría los archivos del entonces cerrado Instituto Felltrinelli, una promesa que nunca se cumplió. No obstante, fue su experiencia con la política y la ética de la universidad lo que le llevó a dimitir de su puesto. Puede encontrar su crítica del lugar en su contribución al libro Warwick University Limited.

En 1975 me nombraron tutor/organizador de la WEA para el recién creado distrito metropolitano de Calderdale, aquí en Halifax, donde Edward había vivido desde finales de los años 40 hasta su marcha a Warwick, y mi trabajo se amplió más tarde para incluir al distrito vecino de Kirklees, cuyas ciudades más grandes son Huddersfield y Dewsbury. Y pronto todos esos topónimos de The Making que, para un sureño como yo, sonaban tan extraños cuando los leí por primera vez –Cleckheaton, Gomersall, Heckmondwike, Heptonstall y el pueblo donde vivo ahora, Mytholmroyd– se volvieron familiares y normales.

El mundo de la educación de adultos en el que Edward había enseñado y había aprendido tanto de sus alumnos cambió en 1975 hasta volverse irreconocible. Aunque cabe destacar que no había sido contratado por la WEA, como algunos comentaristas (incluidos algunos de la propia WEA) han supuesto, sino por el Departamento Extra-Mural de la Universidad de Leeds, pese a que muchos de sus estudiantes eran de la WEA y estaban en lo que entonces se conocía como clases del Joint-Committee. Es bien sabido que en 1975 los estudiantes de la clase obrera en edad de trabajar no acudían a clases no acreditadas de historia ni a la asignatura igualmente importante de Edward, la literatura inglesa, sino a clases de acceso y a la que se conoce come Universidad Abierta. Además, las clases diurnas para sindicalistas se dedicaban ahora a formar a delegados sindicales y representantes de seguridad en los entresijos de las relaciones laborales. Todavía había algunos estudiantes de la WEA que recordaban a Edward; recuerdo a la Sra. Skirrow de Keighley contándome lo inspiradoras que habían sido sus escuelas diurnas; eran estudiantes que estaban jubilados.

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También debo informar que encontré ciertos ecos de los conflictos izquierda-derecha que se derivaron de la época de Edward y Dorothy en la ciudad en el movimiento obrero de Halifax. La casa de ambos estaba en Siddal, una comunidad mayoritariamente obrera en las afueras de Halifax. También era el pueblo natal de Sara Barker, que había ascendido de secretaria del Partido Laborista de Halifax a agente nacional adjunto del partido. Anticomunista feroz y guerrera de la Guerra Fría, ella proyectó una larga sombra no sólo a escala nacional, sino también local y regional. Y los amargos conflictos sobre asuntos como la Guerra de Corea, el rearme alemán y la llamada Emergencia de Kenia habían llevado en 1955 a un gran número de activistas animados por Edward y Dorothy a abandonar el Partido Laborista de Halifax para unirse al Partido Comunista, un partido que, por supuesto, Edward y Dorothy abandonarían ellos mismos un año después. Los conflictos habían continuado durante la primera fase de la CND, ya que Sara Barker se había convertido en Agente Nacional (Gaitskell, recordemos, era diputado por Leeds). Me han dicho que cuando Edward solicitó afiliarse al Partido Laborista de Halifax, el asunto llegó hasta el Comité Ejecutivo Nacional del partido.

Como puede deducirse de todo esto, el compromiso de Edward con la lucha antiimperialista, la paz y el desarme venían de atrás. Y fue su conocimiento de lo que entonces había sido parte de West Riding lo que le llevó a elegir Bradford para la primera reunión pública del Desarme Nuclear Europeo en 1980, una copia consciente de las reuniones celebradas allí y en Leeds en 1958 dirigidas por A.J.P. Taylor, J. B. Priestley y Trevor Huddlestone que habían lanzado la CND (campaña para el desarme nuclear) en Yorkshire. La de 1980 fue también una reunión extraordinaria que tuvo que trasladarse de pabellón, dada la magnitud de la asistencia.

A partir de entonces, Edward se vio inmerso en un torbellino de redacción de artículos, reuniones en diversos comités y charlas públicas en Gran Bretaña y en Europa, desde Reikiavik a Barcelona e incluso, por sorprendente que parezca, en Budapest. Todo ello intercalado con los semestres de docencia en Estados Unidos que tenía que impartir para pagarse el día a día. Para que se hagan una idea del frenesí en que vivía, de camino al oeste del país durante el apogeo de esta segunda oleada de la CND, mi compañera Jill Liddington y yo nos quedamos a dormir en casa de los Thompson en Worcester, ya que Dorothy estaba en Estados Unidos dando clases. Allí encontramos la casa un poco desordenada. Edward había convertido el comedor, normalmente impecable, en un segundo estudio (¿o era, como recuerda Jill, un tercero estudios?), con papeles y correspondencia de todo el mundo esparcidos por la mesa y el suelo. Nos dieron de cenar, pero tuvimos que prepararnos el desayuno. Edward, que había salido antes del amanecer, ya estaba en Frankfurt.

Durante la mayor parte de este tiempo, escribir sobre historia pasó a un segundo plano frente a la creación de la historia. A esto siguió la creciente enfermedad de Edward a partir de finales de los ochenta. Customs in Common acabó apareciendo en 1991, seguido justo antes de su muerte por Alien Homage, que exploraba la relación de su padre con el poeta bengalí Tagore. Su estudio sobre William Blake Witness against the Beast se publicó póstumamente y tuvo un gran éxito. 

En el epílogo de The Making, publicado en 1968, Edward justificaba sus extensas refutaciones a los diversos ataques realizados a su obra por parte de sus críticos (en su mayoría conservadores) con la siguiente frase: "Los Hammond, durante su vida, ofrecieron a sus críticos su mejilla gentil llena de silencio; y después murieron....... Yo ni soy gentil ni estoy muerto todavía. Si he respondido con aspereza a mis críticos, es en interés de la propia historia".

Pero luchar más allá de la tumba es otra cuestión. En su obituario sobre Edward, Eric Hobsbawm señalaba que "En los años ochenta, Thompson era el historiador del siglo XX más citado del mundo según el Índice de Citas de Artes y Humanidades y uno de los 250 autores más citados de todos los tiempos". Según tengo entendido, este índice de citas adopta ahora una forma diferente, pero sea cual sea su manifestación actual, me imagino que la situación ha cambiado mucho, ya que la historia ha tomado otras direcciones.

Estoy seguro de que Edward habría acogido con satisfacción algunas de estas direcciones, pero muchas otras las habría considerado un retroceso y, en particular, una retirada de los asuntos que constituían su preocupación central: comprender e informar sobre las experiencias, los recursos culturales, las resistencias y las luchas de la gente corriente contra los ricos y poderosos. Su obra solo podía haber sido escrita por alguien que creyera –o al menos esperara– que el mundo podría tener un futuro radicalmente más democrático e igualitario. El abrupto declive de tal creencia –tanto en sus versiones revolucionarias como socialdemócratas– supone el telón de fondo de este retroceso. La manera en que su obra es ahora ignorada, desprestigiada o denigrada por su romanticismo es, al menos en parte, un reflejo del ascenso político de quienes Edward consideraba el enemigo.

Poco antes de su muerte, estaba deshierbando con Edward en su querido jardín de Worcester cuando se lamentó de lo mucho que quedaba por hacer y de lo corta que era la vida. Si hubiera vivido una década más, estoy seguro de que habría escrito mucho más. Y el hecho de que no lo hiciera supone una pérdida.

 

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