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Después de Pantin

En respuesta a las declaraciones realizadas en un acto en París a principios de este mes, Judith Butler ha recibido cartas de odio y publicaciones sionistas la han atacado. En este artículo, defiende y aclara su postura

18 marzo 2024

Después de Pantin

Mi estancia en Francia durante este curso académico ha estado llena de interesantes giros y recodos. En primer lugar, a principios de diciembre. el alcalde de París canceló un acto sobre antisionismo y antisemitismo en el que mi intervención estaría orientada a establecer una distinción entre ambos. El acto se reprogramó para celebrarse posteriormente en Pantin y atrajo a mucha gente, que siguió la conversación que mantuve con Françoise Vergès, Michèle Sibony, y Olivier Marbouf, productor y autor asociado al Relais de Pantin. Entre las organizaciones que patrocinaban el evento había dos grupos judíos antisionistas y varias otras de izquierda. Tras el acto, Paroles d'honneur publicó una grabación del mismo, pero los críticos difundieron una pequeña parte, donde afirmaba que los atentados perpetrados contra israelíes el 7 de octubre formaban parte de un movimiento de resistencia. Propuse que pensáramos en Hamás no como un grupo terrorista, sino como parte de ese movimiento. Lo que el extracto no incluía era la parte de mi argumento en la que afirmo que podemos, y debemos, estar en desacuerdo con las tácticas de Hamás, y que mi opinión es que tanto las atrocidades cometidas entonces, como las acciones genocidas del Estado de Israel, deben ser combatidas. A continuación hablaba de la no violencia y de lo que ello significa, haciendo hincapié en que mi aspiración sobre el futuro de la región, compartida por muchos otros, es una forma de gobierno que encarne los principios de igualdad, justicia y libertad para todos, independientemente de su religión, raza u origen nacional.

El mensaje de odio de los sionistas alarmados empezó a correr como la pólvora. Hay quienes incluso me acusaron de estar del lado de Hamás, de no preocuparme por la violencia sexual, de utilizar mal el sagrado término "resistencia" en el contexto francés. Mis anfitriones institucionales en París estaban tan preocupados por la indignación pública generada que si bien todavía no me han "cancelado" del todo, algunos actos se han "aplazado" ante las amenazas procedentes de algunos grupos de boicotear mis conferencias. Este escándalo tiene que ver –y no– conmigo. Los oradores públicos se han convertido en una especie de vórtice que representan las fuerzas en conflicto, y resulta demasiado evidente la escasa atención que se presta a los argumentos y reflexiones cualificados, esos que tardan tiempos en desarrollarse. Como afirmaba en mi artículo del 10 de octubre en la London Review of Books ("La brújula del luto"), sentí una angustia extrema por la matanza de ciudadanos judíos israelíes el 7 de octubre. De hecho, entonces condené a Hamás por cometer dichas atrocidades. Al mismo tiempo, me preguntaba por qué esas vidas me resultaban tan palpablemente dolorosas cuando los ataques contra los palestinos de Gaza se intensificaban y miles de ellos eran asesinados. Algunos pensaban que debía hablar más de las vidas israelíes brutalmente extinguidas o de quienes habían sido tomado como rehenes, mientras que otros pensaban que debía callarme la pena que sentía por esas vidas. No puedo renunciar al dolor y la indignación que siento por los atacados y asesinados el 7 de octubre ni dejar de insistir en que se está produciendo un genocidio contra el pueblo palestino. Para mí, esto no es una contradicción.

Todos estos sentimientos siguen siendo válidos para mí como persona judío y como ser hummano. Es bien sabido que las décadas de violencia que condujeron a este acontecimiento, especialmente las perpetradas por las fuerzas de ocupación, son anteriores al 7 de octubre, por lo que las historias que deberíamos contar deberían comenzar varias décadas antes. Desde entonces, los ataques israelíes contra Gaza se han saldado casi 30.000 muertos. Son esas muertes las que me llevan a lamentarme y a oponerme a la violencia del Estado israelí. Me encuentro en la difícil situación, aunque no contradictoria, que comparto con muchos otros en todo el mundo: lamentar todas las muertes que se han producido en esta brutal guerra, desear un mundo en el que se ponga fin a toda violencia y matanza.

Los atentados de Hamás en octubre, como sabemos, surgieron de la facción armada de un partido político que administra Gaza. Me uno a quienes describen este ataque como una forma de resistencia armada a la colonización y al asedio y desposesión que observamos actualmente. Ahora bien, esto no romantiza sus atrocidades ni justifica sus acciones. Aunque aparentemente sea difícil de oír, es posible describir a Hamás como parte de un movimiento de resistencia o lucha armada sin considerar justificadas sus acciones. No todas las formas de "resistencia" están justificadas. Todas y cada una de las formas de violencia sexual son deplorables, ya sean aquellas cometidas por Hamás o por el ejército israelí. Hay que oponerse por igual al antisemitismo y al racismo antiárabe. Para mí, los asesinatos israelíes de decenas de miles de gazatíes de forma descarada y desenfrenada tienen que ser nuestro centro de atención en este momento, al igual que la complicidad de Estados Unidos y las principales potencias con este genocidio. Ya es hora de que la comunidad internacional, especialmente los actores de la región, se unan para encontrar una solución justa y duradera que permita a todos los habitantes de la tierra vivir en igualdad, libertad y justicia. Para ello, debemos encontrar formas de entender las razones de la violencia sin recurrir a (a) justificaciones rápidas y dudosas de la misma o (b) caricaturas racistas para oponerse a ella.

Mi compromiso es desarrollar una forma de imaginar la igualdad radical de los agraviados. La gente de todos los bandos se opondrá. Una filosofía de la no violencia exige una perspectiva de la guerra que no asuma necesariamente una posición dentro de la guerra. Es posible, si no urgente, reflexionar sobre la guerra y las acciones genocidas –que no son lo mismo– para producir una reflexión crítica que busque el potencial de una paz verdadera que pueda establecerse. Necesitamos discernir cómo y por qué los actores militares pueden deponer las armas y comprometerse unos con otros en la mesa donde la diplomacia pueda servir para construir un nuevo futuro.

Si queremos pedir a la gente que deponga las armas –como espero que hagamos–, en primer lugar entonces debemos entender por qué las empuñan. Llevar a cabo ese tipo de investigación histórica no es justificar la violencia que infligen. Comprender el surgimiento histórico de un movimiento no es racionalizar sus acciones. De hecho, para que un mundo de cohabitación no violenta se haga realidad y podamos poner fin a la subyugación, será necesario comprender la historia de la subyugación colonial, sus estructuras y prácticas actuales. De lo contrario, no será posible poner fin a esa subyugación. La cohabitación no funcionará sin establecer primero condiciones de igualdad. Para mí, los ideales de igualdad y convivencia han informado todo mi trabajo, al igual que el compromiso con modos no violentos de acción política y movilización. Porque los medios que utilizamos reflejan y encarnan el mundo que queremos crear, razón por la cual la no violencia, por poco práctica que sea, ofrece una perspectiva de la que no podemos prescindir. Tomo nota con tristeza de los esfuerzos por tergiversar y caricaturizar mis palabras y mi trabajo, pero tal vez este incidente ilumine los límites de lo que pueden escuchar y conocer aquellos para quienes la negación y la complicidad se han convertido en una forma de vida. Es esa forma de vida la que con mayor urgencia debemos cuestionar.

Este artículo fue publicado originalmente por Médiapart el 11 de marzo.