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Barbara Ehnrenreich fue una socialista implacable

Barbara Ehrenreich, fallecida en septiembre de 2022, creía en un marxismo humanista. Esta convicción nunca quedó tan patente como en sus escritos sobre el sexismo y la crueldad mercenaria del sistema sanitario estadounidense. 

Jess Cotton/Matthew Holman20 julio 2023

Barbara Ehnrenreich fue una socialista implacable

Barbara Ehrenreich, autora de innumerables ensayos y más de una docena de libros, entre los que destacan Fear of Falling (1989) y Nickel and Dimed (2001), traducido al español como Por cuatro duros, realizó algunas de las críticas más incisivas a las miserias sufridas por la clase obrera y las patologías de la clase media en los Estados Unidos. En Por cuatro duros, con el subtítulo «cómo (no) apañárselas en Estados Unidos», escribió una crónica sobre sus experiencias en un abanico de trabajos mal pagados como camarera, limpiadora, y dependienta en Key West, Maine y Minnesota. Como periodista y participante, corría el riesgo de disfrazarse de clase trabajadora. A diferencia de otros intentos por descubrir lo que realmente implica formar parte de la clase obrera, Ehrenreich partía de una base marxista humanista, la cual entiende que una visión correcta de la política pasa por comprender con claridad las experiencias que vive la gente. 

En 1977, junto con su marido y colaborador John Ehrenreich, acuñó el término “clase profesional directiva” (en sus siglas en inglés, PMC). Motivada por una frustración por lo que en una entrevista en 2018 describió como el “desprecio” por la clase obrera que mostraban personas de izquierda con una educación universitaria, insistió en que, aunque la lucha socialista requiere la cooperación de distintos estratos, la Izquierda debería tener en cuenta las diferentes perspectivas que generan los contextos sociales.  

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Sin duda, afirmó que estas diferencias no acababan con las posibilidades de la política, sino que, en ciertos aspectos, abrían nuevas perspectivas. Por ejemplo, Ehrenreich se mostró muchas veces en desacuerdo con la deferencia instintiva de la izquierda hacia los líderes sindicales, que, según ella, muchas veces perjudicaba a las bases.

Un producto de la posguerra

La marca de Ehrenreich implicaba un compromiso claro y sin tapujos por escribir sobre las operaciones del poder estadounidense de finales del siglo XX, siempre con el trabajo en el punto de mira. Escribió de manera prolífica sobre una gran variedad de temas durante cinco décadas. Pero detrás de todos ellos había una reflexión teórica siempre motivada por el problema de qué hace falta para que la clase media no pierda de vista la importancia de la clase trabajadora. El motivo de esta empresa era la posibilidad de una visión más radical de Estados Unidos, una en la que la esperanza del trabajo pudiera triunfar sobre las banalidades y la violencia de la visión corporativa de Estados Unidos.

Ehrenreich nació en 1941 en Butte, Montana, donde su familia trabajó durante generaciones en las minas de cobre de los alrededores. Su padre, que asistió a la escuela nocturna y más tarde a la Universidad Carnegie Mellon, abandonaría el mundo del trabajo manual poco cualificado para convertirse en un alto ejecutivo de la Gillette Corporation; tales eran las promesas de los Estados Unidos de posguerra. Después de graduarse, la familia se trasladó a Pittsburgh, Nueva York y Massachusetts, antes de establecerse en Los Ángeles.

La propia Ehrenreich se benefició del ascensor social que le habían dejado sus padres. Estudió Física en la Universidad de Reed y estudiaría un doctorado en inmunología celular en la Universidad de Rockefeller. Allí se involucró en movimientos activistas antibelicistas y en movimientos estudiantiles, sobre los que escribió en su primer libro, una crónica coescrita con su primer marido, John Ehrenreich, titulada Long March, Short Spring, donde entreteje las voces de los movimientos estudiantiles internacionales que surgieron en todo el mundo en 1968 sin intentar forzar una narrativa general. 

Los Ehrenreich, menos interesados en la visión de los líderes del movimiento que en la gente que hacía esa visión posible, se propusieron hablar con tantos estudiantes de a pie como pudieran. El resultado fue una historia sobre cómo el radicalismo se produce en la universidad, y cómo este se ve absorbido por un sistema que se mantiene gracias a su cercana conexión con las empresas.

Contra el complejo médico-industrial

Ehrenreich no se limitó, sin embargo, a los debates sobre el valor y el futuro de la academia. Fue con el nacimiento de su primera hija, Rosa, en 1970, cuando experimentó una transformación política y personal. Hacia el final de su embarazo, al someterse a un examen pélvico en un hospital de Nueva York, recuerda la respuesta paternalista que le dio el jefe del departamento de obstetricia cuando ella habló con conocimiento de causa —como mujer con un doctorado en biología— sobre su propio cuerpo. Cuando nació Rosa, el médico indujo el parto para que el personal pudiera irse a casa. De lo que Barbara se dio cuenta fue de que la profesión médica a menudo desestimaba las preocupaciones de las mujeres, independientemente de su clase y su educación.

Estas experiencias llevaron a Ehrenreich a implicarse en el emergente movimiento feminista por la salud, que cambió el panorama de la atención médica a las mujeres en la década de 1970. El movimiento de base hizo campaña por una mejor atención sanitaria y criticó la creciente medicalización de la salud. "Perdí la fe en la medicina convencional", escribiría más tarde en su carrera, "que, según había llegado a ver, es más una colección de rituales que algo basado en pruebas".

Esta nueva inquietud la llevó a coescribir, con su colaboradora feminista Deirdre English, el panfleto de éxito de ventas clandestino traducido al español como Brujas, parteras y enfermeras: una historia de sanadoras femeninas. Este pequeño libro ofrecía una versión más legible y condensada de la historia que Silvia Federici esboza en Caliban y la bruja, y la ola de artículos publicados en la revista Ms. Sobre salud femenina y feminismo, lo cual le dio un nombre a Ehrenreich.

Mientras que muchas feministas de la segunda ola centraban su análisis y organización en torno a lo que Betty Friedan acuñaría como "la mística femenina", Ehrenreich seguía interesándose por la mística de clase. En su libro reveló que el análisis de clase, aunque oscurecido, se encontraba en el corazón de la polémica de Friedan. También demostró que la sociología y el feminismo seguían adoptando por defecto al sujeto de clase media, borrando de la vista a la clase trabajadora.

En 1976, Ehrenreich publicó "Qué es el feminismo socialista" en WIN Magazine, anteriormente conocida como Nonviolent Activist y medio de la Liga de Resistencia a la Guerra. Más tarde, se convirtió en la declaración de firma de la antología Documentos de Trabajo sobre Socialismo y Feminismo del Nuevo Movimiento Americano (NAM), del que Ehrenreich era dirigente en la sección de Nueva York. En el documento, Ehrenreich, que se convirtió en una figura familiar en los circuitos feministas socialistas de la década de 1970, aboga por un "tipo de feminismo socialista y un tipo de socialismo feminista socialista".

Para Ehrenreich, preguntarse qué es lo que determina una sociedad (la explotación de clase o de género, como si las dos categorías pudieran escindirse limpiamente y colocarse sobre una mesa de operaciones) es una pregunta errónea sobre cómo entender el marxismo, una cuestión que sólo puede generar respuestas “mecánicas”. Esta no se trataba meramente de una crítica a formas de marxismo reduccionistas.

Para Ehrenreich, el feminismo también debe reconocer en su análisis del poder la coerción de la dependencia del mercado y la propiedad privada: éstas forman el trasfondo social en el que tiene lugar la violencia masculina, explícita o implícita. Defendiendo una visión del socialismo mucho más audaz que la propuesta por muchos izquierdistas contemporáneos, preocupados principalmente por aumentar la parte del pastel colectivo que corresponde a la clase trabajadora, Ehrenreich escribió en su ensayo sobre el feminismo que "nuestro objetivo es transformar no sólo los medios de producción", escribe, "sino la totalidad de la existencia social".

La salud siguió siendo una lente definitoria a través de la cual Ehrenreich trató de comprender la clase y el género. Con John, acuñaría el término “complejo médico-industrial” en un artículo para la New York Review of Books en 1970. En su artículo de 2001 "Welcome to Cancerland" (Bienvenidos a Cancerlandia), vuelve a utilizar su propio cuerpo como punto focal para analizar el culto a la muerte de la bonita feminidad rosa en torno al cual se ha erigido una industria del cáncer que mueve miles de millones de dólares."Casi todo el espacio a la altura de los ojos se ha llenado de trozos fotocopiados de cursilería y sentimentalismo", señala sobre la sala de espera para enfermos de cáncer. Sentada en esta sala de espera, comenta para sí misma: "la feminidad es la muerte".

En el último libro de Ehrenreich, Causas naturales: cómo nos matamos por vivir más (2018), apunta contra el culto al bienestar y la obsesión estadounidense por el culto al cuerpo. En él, continuó su línea de escepticismo sobre la profesión médica, exponiendo la inanidad de los sabios de la salud y los gurús del fitness. Hacia el final del libro, desenmascara la ilusión de que el culto al cuerpo nos protegerá de lo desconocido. Ehrenreich confiesa que se dejó seducir brevemente por las posibilidades comunitarias y la "tentadora regresividad" del gimnasio. Pero en lugar de juego, compañerismo y "la licencia muscular perdida de la juventud", todo lo que encuentra son los degradantes ejercicios de estilo militar que se introdujeron para controlar y humillar los cuerpos, aleados a una guerra psicológica influida por la clase profesional-directiva.

En este libro, Ehrenreich reflexiona sobre la finalidad, sobre la necesidad de desligar el “yo” del centro de acción para lograr una visión más comunitaria.

«Una cosa es morir en un mundo muerto… Otra cosa es morir en el mundo real, que hierve de vida, con una agencia distinta de la nuestra y, como mínimo, con infinitas posibilidades. Para aquellos de nosotros... que... hemos vislumbrado este universo animado, la muerte no es un salto aterrador al abismo, sino más bien un abrazo de vida que no para».

Como marxista humanista que siempre renegó del desprecio por ciertos sectores de la Nueva Izquierda por los rasgos que le dan sentido a la existencia humana, Ehrenreich se guio por los principios de lo que constituye la libertad en Estados Unidos, y por los tipos de libertad que hacían que la vida mereciera ser vivida.

«La ira y la frustración recorren Por cuatro duros, motivadas por una simple pregunta: ¿por qué es tan difícil para los de arriba reconocer su dependencia del trabajo de los demás?»

En estos dos principios se basan sus polémicos escritos sobre el aborto y el trabajo emocional. En "Owning Up to Abortion", un artículo de opinión publicado en 2004 en el New York Times, Ehrenreich reconoce que los argumentos sobre la aparentemente firme legalidad del aborto ocultan una obligación emocional más amplia que obliga a las mujeres a sentirse culpables por elegir no dar a luz. Hoy en día, volver a estos ensayos, que llaman la atención sobre la fragilidad del progresismo de posguerra, puede parecer cruelmente clarividente en el contexto de la derogación de Roe contra Wade por parte del Tribunal Supremo de Estados Unidos en junio de 2022.

En la década de 1970, las mujeres podrían tener el derecho a controlar sus cuerpos, argumenta Ehrenreich, pero no la libertad de sentir emociones sin autodespreciarse. "Es hora de dejar atrás la culpa", escribe. El derecho a decidir por uno mismo puede, por supuesto, generar ansiedad y agonía. Peor que la "mala fe", escribe, citando a Jean-Paul Sartre, es una negación fundamental de la libertad en su sentido más auténtico, y de toda la responsabilidad que conlleva: las mujeres deben defender sus derechos, concluye, porque las "libertades que ejercemos pero no reconocemos nos son arrebatadas fácilmente".

A lo largo de las décadas, Ehrenreich nunca perdió de vista la centralidad del trabajo. Una y otra vez nos planteaba la cuestión de cómo afecta la economía capitalista a nuestro sentido del yo. ¿Cómo afecta a la persona que friega el suelo, hace la cama o trabaja en una máquina? La ira y la frustración recorren el libro Nickel and Dimed, motivadas por una simple pregunta: ¿Por qué a los de arriba les cuesta tanto reconocer su dependencia del trabajo de los demás?

Durante toda su vida, siguió interesándose por la juventud y por los nuevos movimientos de cambio social. Su obra está impregnada de la generosidad de trabajar para las generaciones futuras. Insiste en el valor de la visión que impulsó el 68 y rechaza la melancolía en que se sumió gran parte de la izquierda en los años de posguerra.

En el prefacio de Male Fantasies Vol 1 de Klaus Theweleit, un texto que sitúa los orígenes del nazismo en la violencia de género, su propia visión del socialismo evolucionó. Esta visión era la de un mundo que es "la inversión del pavor de los fascistas. Aquí, las presas se rompen", escribe con una fluidez extática:

«La curiosidad nada río arriba y se da la vuelta, sorprendiéndose a sí misma. El deseo fluye por los canales de la imaginación. Las barreras —entre hombres y mujeres, los “de arriba” y los “de abajo”— se desmoronan ante esta nueva energía. Esto es lo que a lo que el fascista se enfrentó con pavor, y lo que vio en el comunismo, la sexualidad femenina— una feliz convergencia tan desordenada como la vida. En esta fantasía, el cuerpo se expande, en sus sentidos, en su alcance imaginativo, para llenar la Tierra. Y, al fin, somos capaces de regocijarnos en la suavidad y la permeabilidad del mundo que nos rodea, en vez abrazarnos a nosotros mismos en un pavor solitario. Esta es la fantasía que nos hace, tanto a hombres como mujeres, humanos —y, a veces, revolucionarios en la causa de la vida».

Este artículo fue publicado originalmente en Jacobin

Créditos de la imagen destacada: Phil Velasquez.

Traducción de Aitana Bellido.

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